Alfredo Nava Pérez
Una investigación plagada de información cuestionable, de
sospechas en cuanto a su veracidad, es lo que ha entregado hasta este momento
la Procuraduría General de la República (PGR). Aparentemente, por más esfuerzo
que ha hecho el procurador, Jesús Murillo Karam, para articular de manera
sensata, lógica, congruente, los hechos del caso iguala, su trabajo no termina
por convencer a la sociedad mexicana, ni a la opinión pública internacional.
Hoy salen a la luz pública nuevas versiones que se
contraponen a lo expuesto por la PGR. Opiniones de científicos mexicanos,
pertenecientes a dos casas de estudios prestigiadas, la Universidad Nacional
Autónoma de México (UNAM) y la Universidad Autónoma de México (UAM), que vuelven
a poner en entredicho la versión oficial de lo ocurrido el 26 y 27 de
septiembre en la ciudad de Iguala, Guerrero, que dejó como resultado la muerte
de 6 personas y la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural de
Ayotzinapa. Los investigadores Jorge Montemayor Alderete y Pablo Ugalde Vélez
señalaron que: “es muy probable que la Procuraduría haya inventado la historia
de la incineración”, ya que después de haber realizado un estudio minucioso de
la sucesión de acontecimientos, aseguran que las afirmaciones e
interpretaciones del titular de la PGR en torno al caso, “no tienen sustento en
hechos y/o fenómenos físicos o químicos”. Y hacen un símil bastante revelador: “si
los cadáveres se hubiesen quemado con pura leña, se hubiesen necesitado un
promedio de 33 toneladas de troncos de árboles de unas cuatro pulgadas de diámetro
para cremar a los 43 jóvenes”.
¿Se imaginan el nivel de fuego que podría
generar esa cantidad de madera? Ahora bien, se sabe, de acuerdo a las
declaraciones de los detenidos, que los estudiantes fueron incinerados con diésel
y llantas de vehículos; ¿qué cantidad de combustible y de caucho se hubiera
necesitado para producir un calor equiparable al de 33 toneladas de madera
ardiendo al rojo vivo, capaz de mantenerse por más de 12 horas para consumar la
cremación de los cuerpos?, ¿1000, 2000, 3000 litros de diésel? ¿100, 200, 300
llantas? Pareciera prácticamente imposible haber tenido a la mano tal cantidad
de materia prima o haberla conseguido y transportado hasta el basurero de Cocula
en ese preciso momento, para poder realizar semejante atrocidad; sobre todo si
se considera la posibilidad de que la desaparición de los estudiantes fue resultado de una serie de hechos fortuitos,
no premeditados con antelación, pero que finalmente, al salirse de control, los
criminales tuvieron que recurrir a métodos más violentos para borrar las
pruebas del delito.
Por otro lado, especialistas en cremación, han asegurado en
semanas anteriores, que para deshacer un solo cuerpo se requiere una
temperatura de más de mil grados centígrados, en un lugar cerrado, por un
periodo de 12 horas aproximadamente, y que aun así quedan partes del cadáver
que no se alcanzan a incinerar y es necesario triturarlas, como los dientes y
el cráneo. Tanta desconfianza ha provocado la investigación fallida de la
Procuraduría, que los padres de los normalistas desaparecidos creen que los
restos de Alexander Mora, confirmados por los forenses argentinos y el
laboratorio de Austria encargado de realizar las pruebas de ADN, pudieron haber
sido sembrados en el tiradero de Cocula.
Si a estas versiones se le agrega el factor de lluvia que
hubo en esos días, 26 y 27 de septiembre, en la zona norte del estado de
Guerrero, la línea de investigación principal de la PGR se desdibuja casi por
completo, teniendo como producto final una versión oficial francamente
insostenible. El ridículo que ha protagonizado el procurador Murillo Karam y el
presidente de la república, Enrique Peña Nieto, es de dimensiones superlativas.
A más de dos meses no han podido esclarecer los hechos. Han puesto de
manifiesto su incompetencia personal y la debilidad de las instituciones
encargadas de procurar y administrar la justicia en este país. El caso Iguala
fue un destape anticipado de la podredumbre del sistema. Se les adelantó al
proceso electoral. La realidad mexicana terminó por superar la ficción del
régimen Peñista, que durante dos años trató de construir con base en discursos,
pero sin logros palpables que sustentaran tanta palabrería.
Lo más preocupante en este momento, es la tentación del
presidente de darle carpetazo al asunto, incluso se atrevió a decir en uno de
sus tantos desatinados discursos, la frase “célebre”: “es momento de superar
esta etapa”, haciendo referencia a la convulsión social, al duelo generalizado,
originado por la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Es una postura
presidencial que le apuesta al desgaste, al olvido. Pero como bien dijo Felipe
de la Cruz, representante de los padres de familia de los desaparecidos, en el
caso Iguala “ni perdón ni olvido”.
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