Los Contemporáneos orientaron su estética hacia la renovación de una sola tradición: la universal








Archipiélago de soledades, se nombraban esas islas que fueron o son, Los Contemporáneos. Para Carlos Monsiváis eran una actitud ante el arte y la cultura, ante la sociedad y el Estado; la creación contra el contrapunto de la realidad nacional. Luego de haber sido juzgado por “ultrajes a la moral” debido a la publicación de dos capítulos de una novela en que se usaban “malas palabras”, Jorge Cuesta escribió una carta a Luis Cardoza y Aragón; consta en ella la descripción más próxima y doliente de lo que fueron: “Reunimos nuestras soledades, nuestros exilios… se nos siente extraños, se nos “desarraiga”, para usar la palabra con la que quiere expresarse lo poco hospitalario que es para nuestra aventura literaria el país donde ocurre. Nuestra proximidad es el resultado de nuestros individuales distanciamientos…”.

Así nos introduce el apunte de Arturo Saucedo que forma parte del catálogo de la exposición Los Contemporáneos y su tiempo, el cual reúne 19 exquisitos trabajos de destacados escritores y especialistas y más de 300 imágenes que conformaron dicha exposición. “El conjunto da testimonio de los vínculos entre poetas y cineastas, entre artistas y críticos, entre dramaturgos y escenógrafos”, editado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Secretaría de Cultura.

Los Contemporáneos, nos cuenta Erika Madrigal en su estudio “Re-definiendo la estética mexicana: los modernos-universalistas” que solían reunirse en el Sanborn’s de Madero todos los sábados para luego ir al Teatro Lírico, “orientaron su estética hacia la renovación de una sola tradición: la universal. La obra de arte que le interesó al grupo fue aquella que plasmara un estado interior de lo humano, en palabras de Villaurrutia “que exprese: nuestras intenciones y deseos recónditos, nuestros sentimientos”.

Esto, cuando en el país se estimulaba a intelectuales y artistas a exaltar lo nacional y revolucionario, explica lo problemático que resultó ese universalismo. Rehusarse a aceptar una ideología que diera ruta a la creación, el grupo sin grupo tuvo que renunciar a su tiempo, para, como anota Saucedo, “dirigir su talento y obra a una época por venir. Se dirigen a los lectores que vendrán, a los que habrán de formarse en un entorno cultural distinto y sabrán apreciar sus obras”. Su tiempo, por ello, era el futuro.

Para acercarnos al nombre mismo, Miguel Capistrán, afila la lupa en “Sobre el origen del nombre de Contemporáneos”. La paternidad se le debe indiscutiblemente a quien Salvador Novo describió como un hombre que nunca tuvo vida, sino biografía, y a quien “desde niño lo poseyó la desmesura de ser un uno de los hombres más cultos”. Emprendió el deseo intentando memorizar el diccionario “si bien no pudo pasar de la letra A”, ese hombre era Jaime Torres Bodet. La palabra Contemporains había quedado grabada en su memoria, a partir de una publicación francesa, “pero sobre todo en la galería de sus predilecciones verbales. Le gustaba en esa época repetir como en una letanía contemporains, contemporains, contemporains por el ritmo que adquiría”. Así bautizó a la revista y así también a todo el grupo. 

Que la generación debió llamarse más Ulises que Contemporáneos, es una tesis sostenida por Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider, porque fue en ese espacio en que se desarrolló su más intensa labor vanguardista. Así lo repasa Sergio Téllez-Pon en su estudio “Más Ulises que Contemporáneos”. A los poetas se unieron primero en la revista Ulises y después en el teatro, Antonieta Rivas Mercado, Manuel Lozano, Agustín Lazo, Julio Castellanos, Roberto Montenegro, Rufino Tamayo y Diego Rivera (antes de la ruptura), entre otros. “En el teatro Ulises la curiosidad los impulsa a hacer de todo: traducen, actúan, dirigen, montan, producen” y más tarde también editarían los libros de Novo, Torres Bodet, Villaurrutia y Gilberto Owen. Aparecieron las noveletas líricas, con ellas se lanzaron a la aventura de la narrativa y aunque fueron mal recibidas por la crítica, Gorostiza sale a la defensa escribiéndole a Torres Bodet para decirle que el propósito era “conformar una sensibilidad moderna a la novela”. El Grupo Ulises quería hacer otro teatro, explorar nuevas posibilidades, “sólo así se entiende que Lazo, a quien se le considera pintor, escriba un par de obras de teatro e incursione en el cine”. Así, apunta Sergio Téllez-Pon, la generación Ulises no fue un grupo de poetas, sino una generación de artistas que entendieron y asumieron su papel de constructores de instituciones culturales. “Nuestro programa –lo llama José Gorostiza- nuestro, de todos los que por honradez artística estamos obligados a hacer un arte impopular”.

Los Contemporáneos nacieron cuando cerraron la puerta al gran desfile de la revolución nacional, define Adolfo Castañón en “¿Homenaje o vasallaje?” Y lo hicieron con una antología que al mismo tiempo definía su posición, la Antología de la poesía mexicana moderna, publicada en 1928, es la obra emblemática, es el manifiesto de Los Contemporáneos: “Una apuesta por una tradición del ejercicio poético regido por la inteligencia crítica”. Propuesta que trasciende lo poético para realizarse también en una idea de cultura, que viene de la certeza de que “el arte , el juego sometido a reglas y rigores es, junto con la inteligencia libre, uno de los pocos caminos dignos ya no sólo del individuo, sino del hombre en sociedad”. Pero el modelo que encuentra en el arte una salvación moral, el de la literatura emancipada de la política tenía que chocar con la “consolidación de un proyecto civil nacional”. Hermosos y malditos, los Gatsby nacionales, anota bellamente Castañón, fueron cayendo fulminados por el crack de la rebelión.

Dos estéticas colisionaron en un mismo espacio y tiempo el incidente más célebre pero en la misma medida más desconocido en su real dimensión es la extensa y detallada materia del estudio de Evodio Escalante “Coincidencias y divergencias en nuestro movimiento de vanguardia”. El encono entre las vanguardias, que ni siquiera aceptaron nombrarse abiertamente como tal, ocurre en un esquema dual, por un lado, la belleza sudorosa y por otro una belleza ligada a un dandismo intelectual, o tal como lo dice el autor “los arte puristas” y los “comprometidos”. “A pesar de que su misión histórica es, en lo fundamental, la misma, resultan enemigos porque se establece entre ellos una rivalidad que se expresa como una escisión. Esta desgarradura habrá producido una suerte de maniqueísmo”.

En el origen de la controversia está la publicación de la Antología de la poesía mexicana moderna en la que se incluía a Manuel Maples Arce, pero con la flecha envenenada de la descalificación del Estridentismo, señalándolo de “demagogia socializante” que le habría traído al autor una “popularidad inferior, pero intensa”. Mientras tanto en Urbe: Súper-poema bolchevique, Maples Arce, utilizando un lenguaje más violento, escribe “Los asalta braguetas literarios/nada comprenderán/ de esta nueva belleza/sudorosa del siglo.

Propone el autor de este estudio, que se ha soslayado la pregunta ¿por qué esa animadversión a la vez tan temprana y virulenta?, sospecha que fue un choque heredado por enfrentamientos previos de sus mentores: Enrique González Martínez, José Juan Tablada, José de Jesús Núñez y Domínguez, Ramón López Velarde y de refilón Alfonso Reyes.

Si Xavier Villaurrutia otorgó reconocimiento al Estridentismo fue para decir que habían conseguido “rizar la superficie adormecida de nuestros lentos procesos poéticos”. Sin embargo ha sido un error, sentencia Escalante, considerar que ambos grupos fueron bloques fijos, “esta perniciosa visión ignora génesis, maduración y desenlace, así como las disensiones internas”. Para resarcir este error, Escalante desarrolla con precisión y profundidad la evolución y ocaso de ambos movimientos, que comenzaron siendo justamente lo contrario de lo que persiste en la prejuiciada mirada cultural.

En cada estación de la galaxia artística y estética se detuvieron Los Contemporáneos: los guiones para cine de Gilberto Owen y de Federico García Lorca unidos por Amero, quien evolucionó de artista plástico a fotógrafo para luego incursionar en el cine abstracto; el primer gran ensayo sobre André Breton que escribiera Jorge Cuesta, reconociendo a partir del surrealismo, o sobrerrealismo (como entonces se le traducía) la preeminencia de la poesía como actividad revolucionaria, a pesar de haberse opuesto al comunismo; el viaje de María Antonieta Rivas Mercado por el grupo Ulises y Contemporáneos; el vínculo del cine con Ulises y Contemporáneos; la crítica del arte; la revisión de la relación entre el Estado y los Contemporáneos…Temas que componen este delicioso catálogo de saberes.

Los Contemporáneos y su tiempo. Instituto Nacional de Bellas Artes-Secretaría de Cultura. México, 2016. pp. 527.

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