Ernesto Rivera Rodríguez
Las imágenes son más que
elocuentes: la fuerza del estado contra el conservadurismo de la cerrazón de
quienes se supone que por su propia naturaleza de “educadores” deberían ser
revolucionarios por antonomasia. Pero los mentores aglutinados en la Coordinadora,
denominada CETEG, han engolosinado su cerrazón en criterios particulares que
lejos de ser justos, han sido emancipados por criterios mercantilistas y
unilaterales, dejando a un lado el bien común.
El estado ante esto ha hecho hizo
uso de instrumentos, que fueron desde el diálogo y la concertación, sin que
estás vías hayan sido aceptadas, ahí donde la norma Constitucional no puede ser rebasada por intereses
particulares que pretenden avasallar el contenido social y universal de las
reformas establecidas a una Ley, en este caso la de Educación, que tenía más de
cuarenta años de no ser tocada, de no ser reformada, y de donde por su propio
anquilosamiento, y las innumerables prebendas logradas, que no conquistadas por el
magisterio nacional, a través de su
sindicato, el SNTE, que durante décadas fue del acarreo discrecional de su propia cúpula y los
“aprecios perversos” del propio estado
mexicano, vía la entrega de “migajas del poder”, hasta enfrentarse hoy a la
fuerza institucional, ante el requerimiento del estado de ser él el que debe
regir la norma y la forma de la política
educativa nacional, y no los criterios perversos del mercantilismo en todas sus
formas y maneras que habían perdurado durante decenios, y que desgraciadamente para mal de la sociedad
se habían vuelto instrumentos de cooptación del propio magisterio hundido en la
ignominia de la venta y compra de su propia conciencia, alejado de sus
principios torales, plasmados por quienes fundaron Constitucionalmente este
país y nos dio en su Artículo Tercero, la plataforma Constitucional, a lo que
hoy se pretende regresar, con los
profundos cambios que los tiempos y esta sociedad urgen se apliquen y dejar de
ser esclava de una ideología trasnochada y malsanamente equivocada de un
sindicalismo pervertido, amañado, y cien por ciento mercantilista.
Ángel Aguirre debió tomar la
decisión de usar la fuerza federal, de manera solitaria, él y su conciencia a
la falta total de operadores políticos que hicieran su papel y que lejos están
de poder contener o siquiera entender el doble o triple juego del movimiento
magisterial, como un “garlito ajedrecístico”, movimiento envenenado en la “bola
ensalivada” que llevaba consigo el “estuche de las demandas”, que poco o nada
tenían que ver con las profundas reformas que en la Ley Reglamentaría, que en
su articulado estarán y ajustarán la propia Ley reformada a los tiempos que
este país requiere, hasta hoy constreñido a principio ideológicos que rayan en
la pertenencia de un “mexicanismo” que está muy lejos de ser realidad, convertido en un fantasma ruidoso y estéril
que ha mantenido al país en el atraso y al propio estado de Guerrero, en los
últimos lugares en todo, absolutamente en todo. Como expresará el extinto José
Francisco Ruiz Massieu, en “el cabus del progreso”.
Aguirre Rivero a actuado, ha
mostrado que es capaz de gobernar, de
mantener pese a los barruntos de tempestad, y los fantasmas del “Armagedón”
local, algunos manejados desde las profundidades de los sótanos de la oposición
y los poderes facticos y políticos aún molestos con él, el estado de derecho en
pie. Los vientos complotistas y de conspiraciones de café han sido acallados,
que cual “jacobinos” han sido sacados de su “bohardilla” y la llave guardada en
el bolsillo, cuando la insistencia se volvió intolerancia, Aguirre Rivero, solo
hizo lo que el propio poder legal le confiere: aplicarlo, y si por menos se han
caído gobernadores, por lo hecho por él, es que se mantendrá en el mismo,
porque ha mostrado saber para qué es, y si no lo hubiera decidido así, el
estado se hubiera convertido en su propio verdugo. Y si no al tiempo.
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