Texto
que sirvió de base a Carlos Reyes Romero, secretario técnico de la Comisión de
Cultura de la Sexagésima Legislatura al Congreso del estado de Guerrero, para
la presentación del libro Morelos y Otras Historias, de Ignacio Manuel
Altamirano. Tixtla de Guerrero, domingo 26 de mayo de 2013.
En
México, todavía no hemos podido trascender esa extraña integración de república
y monarquía, de centralismo y federalismo, de democracia y autocracia, de
libertad y autoritarismo, a la que aludía Gabriel Zaid cuando denunciaba la
existencia de un conservadurismo subrepticio dentro del estado liberal mexicano, refiriéndose al hecho de que
los sectores conservadores, siempre derrotados militar y políticamente a lo
largo de la historia del país, al final del día terminaban reconquistando de
manera encubierta y sigilosa sus privilegios, su poder en el manejo del país e
imponiéndonos sus políticas de concentración de la riqueza en unos cuantos, de
opresión y represión para los de abajo y de saqueo y depredación de los
recursos naturales del país.
Lo
hicieron durante la Colonia y también en los tiempos posteriores a la
proclamación oficial de nuestra Independencia en 1821; durante la dictadura de
Porfirio Díaz, luego de la Guerra de Reforma y la intervención francesa; y lo
han vuelto a hacer plenamente desde hace 30 años, en los estertores de la
Revolución Mexicana; lo cual presagia un nuevo estallido multitudinario de
inconformidad social, que ya está en marcha, y que puede darle un nuevo empuje
al progreso social del país. Los pueblos y las revoluciones continúan siendo
las grandes parteras de la historia.
Nuestras
élites económicas y políticas se consuelan y complacen creyendo que no hay
condiciones ni razones para un nuevo estallido social, pero tampoco quieren
tentar al diablo, por eso redujeron al mínimo la conmemoración del Bicentenario
del inicio de la Independencia y de la Revolución Mexicana, hace tres años y lo
mismo intentan hacer ahora con el Bicentenario del Primer Congreso de Anáhuac y
de los Sentimientos de la Nación, cuyo Bicentenario estamos conmemorando y se
está impulsando por el Congreso de Guerrero, conjuntamente con las Legislaturas
y los gobiernos de los estados México, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Puebla y
Veracruz, lugares donde predominaban hasta 1815 la fuerzas insurgentes
comandadas por Morelos.
No
extraña entonces que el Congreso de la Unión, en particular la Cámara de
Diputados, que es la más alta representación popular del país, haya desdeñado y
rechazado incluir como fecha conmemorativa para toda la Nación la del Congreso
de Anáhuac, ni tampoco el que también se hayan negado a inscribir con letras de
oro en el Muro de Honor del Palacio Legislativo de San Lázaro el epígrafe: “Primer Congreso de Anáhuac, Congreso de
Chilpancingo 1813” propuesto por el entonces diputado Mario Moreno Arcos
del Grupo Parlamentario del PRI, ni tampoco la leyenda: "Congreso de Anáhuac de 1813, Primer Constituyente de la Nación
Mexicana", de la autoría de los entonces senadores Julio César Aguirre
Méndez y Valentín Guzmán Soto, del PRD, y Antelmo Alvarado García, del PRI.
Actualmente
el Congreso de la Unión quiere omitir el dictamen de la “Minuta con proyecto
de decreto por el que se declara al año 2013 como "Año del Bicentenario
del Congreso de Anáhuac y la Proclamación de los Sentimientos de la Nación”, sustentada en la
Iniciativa que al respecto les envió el Congreso del Estado y en la que
presentaron los senadores arriba mencionados. Minuta que fue aprobada y enviada
por el Senado a la Cámara de Diputados el 26 de abril de 2012. En lugar de
ello, ahora los legisladores federales pretenden declarar el “2013 como Año de la Libertad y la República” según proponen
los diputados, o “2013 Año de Belisario
Domínguez, la Libertad y la República” como contraproponen los senadores.
Hasta
ahora ˗26 de mayo de 2013˗ esta pretensión no concluye su proceso legislativo y
todavía se está en tiempo de revertirla. Ojalá la Sexagésima Legislatura del
Honorable Congreso del estado de Guerrero, haga buen uso de la libertad y
soberanía que como entidad federativa nos corresponde e impugne esta arbitraria
decisión.
Importancia
del rescate de la memoria histórica
Don
Ignacio Manuel Altamirano, en la más pura tradición de los sabios griegos y
latinos de la antigüedad, lo enuncia de una manera clara y sencilla:
“Mantener viva en el espíritu de los
pueblos la memoria de los hombres a quienes deben su libertad es un deber de
patriotismo y de gratitud para los ciudadanos y una necesidad política para los
gobiernos.
La historia de los hechos heroicos y de
los grandes varones que los ejecutaron mantiene vigoroso el sentimiento de
nacionalidad y robustece en el ánimo popular la resolución de conservar
incólume el tesoro de la independencia, a tanta costa conseguido, y legado por
los héroes con el sacrificio de sus vidas.[1]
Por
eso mismo escribió Don Ignacio Manuel Altamirano los cuatro ensayos biográficos
que conforman la obra que estamos comentando y el documento de Don Juan
Hernández y Dávalos sobre la Colección de Documentos para la Historia de la Independencia
de México, desde 1808 a 1821.
La
finalidad de Altamirano es precisa y contundente. Rescatar para el conocimiento
popular la memoria de los hechos y los personajes, mujeres y hombres, que
consagraron su vida a la lucha por la independencia de México.
Ese
es el valor fundamental de los tres ensayos sobre Morelos y los acontecimientos
de Zacatula, El Veladero y Tixtla, así como de la breve biografía de Hidalgo
que nos obsequia.
Lo
hace en una época en que se extinguía el aprecio gubernamental por estos
héroes, a quienes, el 19 de julio de 1823, “El
Congreso declara beneméritos de la patria en grado heroico a los Señores Don Miguel
Hidalgo, Don Ignacio Allende, Don Juan Aldama, Don Mariano Abasolo, Don José
María Morelos, Don Mariano Matamoros, Don Leonardo y Miguel Bravo, Don
Hermenegildo Galeana, Don José Mariano Jiménez, Don Francisco Javier Mina –no
obstante su conocido origen español, Don Pedro Moreno y Don Víctor Rosales”[2], ordenando el traslado de sus restos a la capital de la República para ser
depositados con todos los honores en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de
México.
Pero luego
sufrieron en ese lugar olvido y abandono por más de un siglo, hasta que en 1923
fueron trasladados por decisión del presidente Calles al Monumento a la
Independencia, conocido popularmente como El Ángel.
En fechas
posteriores a 1823 fueron trasladados a la mencionada Catedral o directamente
al mencionado Monumento los restos de Vicente Guerrero, Leona Vicario, Andrés
Quintana Roo, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria.
Finalmente ˗luego
de los estudios concluidos en el 2010 por el INAH y que se mantuvieron bajo
reserva hasta marzo de este año˗ ahora sabemos que sí están en el Monumento a
la Independencia los restos de casi todos ellos, incluidos los de Morelos que
por tanto tiempo se dieron por perdidos; sólo faltan los de Mariano Abasolo,
Leonardo Bravo, Miguel Bravo y Hermenegildo Galeana cuyos restos nunca han sido
encontrados y los de Pedro Moreno y Víctor Rosales que se presume pueden estar
mezclados con los restos de los demás.
Ahora,
200 años después, es muy importante rescatar la memoria histórica de la Nación
acerca de la gesta de la Independencia, que durante tantos años ha sido
menospreciada por nuestros gobernantes.
Es
parte de una lucha que todavía estamos dando las mexicanas y los mexicanos para
que se reconozca el valor y la importancia de los hechos, las heroínas y los
héroes que cincelaron con su vidas el granítico basamento de soberanía,
independencia, libertad y justicia sobre el cual se ha tratado de consolidar la
vida nacional durante los últimos 200 años.
En
eso está comprometida la Comisión Especial del Congreso del Estado para la
Conmemoración del Congreso de Anáhuac, de los Sentimientos de la Nación y de la
Declaración de Independencia de la América Septentrional, así como muchos
ciudadanos e intelectuales, quienes como Julio Moguel hacen su particular pero
valiosa aportación a estos festejos, no siempre reconocida ni adecuadamente
valorada.
La participación de los curas en la insurgencia
Un hecho trascendente y poco tomado
en cuenta al hablar del movimiento insurgente, es el liderazgo que asumieron
cientos de curas y personajes con estudios de Teología, en los territorios
donde se desplegó la fuerza de los insurgentes.
Los nombres de Fray Melchor de
Talamantes, Fray Vicente de Santa María, Fray Servando Teresa de Mier, y por
supuesto el de Don Miguel Hidalgo y Costilla son de los más conocidos y nombrados
desde los primeros vientos de la insurrección en 1808.
A
ellos se suman, a partir de 1810, los de Don José María Morelos y Pavón, cura
de Carácuaro; Don José Manuel de Herrera, cura de Huamuxtitlán; Don Mariano
Antonio Tapia, cura de Tlapa; José Sixto Verduzco, cura de Tuzantla, Michoacán;
Don José María Cos, doctor en Teología; Don Carlos María Bustamante, graduado
en Teología, en el Seminario de Oaxaca; y Don Mariano Matamoros, cura de
Jantetelco, Puebla; por nombrar sólo los más relevantes, aunque han aparecido
estudios que tratan cada vez con mayor extensión la intervención del bajo clero
y de los jesuitas en la independencia nacional.
Por
eso es muy relevante que el Congreso de Anáhuac, adelantándose un año al Papa
Pío VII, haya emitido el decreto por el cual se restablece la Compañía de
Jesús, cuyos integrantes eran reconocidos por muchos novohispanos como
forjadores de la identidad nacional y más aún, cuyos textos han sido
calificados por investigadores contemporáneos como precursores ideológicos de
la Independencia Nacional.[3] También
es significativo que esto haya acontecido el mismo día, 6 de noviembre de 1813,
en que el Congreso de Anáhuac promulgó el Acta Solemne de Declaración de
Independencia de la América Septentrional.
Un
caso muy especial, es el de Don Mariano Escandón y Llera, Conde de Sierra
Gorda, gobernador del obispado de Michoacán, quien levanta la excomunión de
Hidalgo el 6 de octubre de 2010 y días más tarde, el 22 de octubre, concede a
Morelos licencia para ausentarse de su curato en virtud de la comisión que le
encargó Hidalgo; todavía más, el 29 de
diciembre del mismo año, Escandón y Llera hace públicas las razones por
las cuales levantó la excomunión de Hidalgo impuesta por el Obispo Manuel Abad
y Queipo[4].
Con
todo, este Obispo excomulgador de Hidalgo y de Morelos, describía de la
siguiente manera la labor de los curas de la época:
“Los
curas dedicados únicamente al servicio espiritual y al socorro temporal de
estas clase miserables, concilian por estos ministerios y oficios su afecto, su
gratitud y su respeto. Ellos los visitan y consuelan en sus enfermedades y
trabajos. Hacen de médicos, les recetan, costean y aplican a veces ellos mismos
los remedios. Hacen también de sus abogados e intercesores con los jueces y con
los que piden contra ellos. Resisten también las opresiones de los justicias y
de los vecinos poderosos[5].”
Todo lo cual pone de realce que la
iglesia católica nunca ha sido lo homogénea y hermética que parece ser y que en
su interior se dan recurrentemente movimientos eclesiásticos que tienden a
vincularse y a encabezar causas populares. No siempre logran sobrevivir, pero
reaparecen una y otra vez aunque con distintas denominaciones. Son el vínculo
de la Palabra de Dios con el pueblo.
Valor y
significado del Congreso de Anáhuac
La idea de
convocar a un Congreso que fuera el Poder Supremo de la naciente nación
mexicana, era común entre muchos de los partidarios de la independencia de
México. Era el primer punto del Plan del Gobierno Americano entregado por
Miguel Hidalgo a Morelos y publicado por éste en su cuartel general de
Aguacatillo, el 17 de noviembre de 1810. Está también en la propuesta
conciliatoria de López Rayón y Liceaga a José María Calleja, donde trataban de negociar con éste, exhortándole sobre
la justicia de la causa independiente y ofreciéndole la creación de una junta
nacional o Congreso[6].
Morelos siempre
fue fiel a las indicaciones de Don miguel Hidalgo. Por eso cuando Hidalgo murió
no tuvo problemas en reconocer el mando de Ignacio López Rayón, a quien se
consideraba lugarteniente de Hidalgo, ni a la Suprema Junta Nacional Americana,
que
integran Ignacio López Rayón como presidente, José Sixto Verduzco y José María
Liceaga como vocales. Morelos fue reconocido antes de la toma de Oaxaca como el cuarto vocal de esta
Junta.
Pero cuando
Morelos advirtió que las diferencias y las intrigas entre los miembros de la
Junta, no permitían a ésta jugar el papel de conducción y mando unificado que
requería el movimiento insurgente. Al grado tal que el 7 de abril de 2013, Ignacio López
Rayón decreta la destitución de José María Liceaga y Sixto Verduzco como
miembros de la Junta y ordena que sean aprehendidos. Morelos al ver fracasados
sus intentos
de conciliación con los miembros de la Junta, resolvió convocar al Congreso de
Anáhuac, girando instrucciones a los responsables de los territorios bajo
control insurgente para que nombraran diputados al Congreso. López Rayón,
Liceaga y Sixto Verduzco son designados diputados al Congreso por derecho propio.
Una vez
instalado el Congreso Morelos
decreta, el 18 de septiembre de
2013, la disolución de la Suprema Junta Nacional Americana. López Rayón se integra a
las labores del Congreso el 4 de noviembre de 2013.
El Primer Congreso de Anáhuac se instaló en la Catedral
de Santa María de la Asunción, el 13 de septiembre de 1813, previa declaratoria
de la ciudad de Chilpancingo como capital del país y es disuelto en Tehuacán por
el comandante insurgente de la región, Manuel Mier y Terán, el 15 de diciembre
de 1815, por diferencias con los integrantes del Congreso y previo el arresto
de los mismos; para entonces no habían transcurrido más que cuarenta días de la
detención de Morelos y faltaban 7 días para su ejecución.
Después de eso fue el caos. Los insurgentes se dividieron
y enfrentaron entre si, otros abandonaron la lucha y sólo unos cuantos
mantuvieron la resistencia, en diversas partes del país.
Logros del Congreso de Anáhuac
El Congreso conoció y proclamó en Chilpancingo los Sentimientos de la Nación, decretó la
abolición de la esclavitud, restableció la Compañía de Jesús y promulgó la
independencia de la América Septentrional.
Esta última declaratoria del Congreso de Anáhuac antes de
abandonar Chilpancingo, sancionada por Morelos, fue un abierto desafío al
imperio español que en 1813 se hallaba en la cumbre de su expansión colonial,
pues en un solo acto se declaró independientes no sólo el actual territorio de
México, sino también el resto de la parte americana del Virreinato de la Nueva
España, que abarcaba los actuales estados de California, Nevada, Colorado,
Utah, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, Washington, Florida y partes de
Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Luisiana, ahora miembros todos
ellos de la Unión Americana; en Canadá la parte suroeste de la Columbia
Británica; la Capitanía General de Guatemala (Guatemala, Belice, Costa Rica, El
Salvador, Honduras y Nicaragua); y la Capitanía General de Cuba (Cuba,
República Dominicana, Puerto Rico, Trinidad y Tobago y Guadalupe)[7].
La Nueva España abarcaba también la Capitanía General de las Filipinas (Las
Filipinas, las Carolinas y las Marianas, en el Pacífico Asiático), y en algún
momento llegó a abarcar hasta Formosa, la actual Taiwán o República de China[8].
También resalta la importancia de la lucha de Hidalgo y
de Morelos para abolir la esclavitud y las castas en México. Así el 19 de octubre de
1810, por petición de Hidalgo el intendente de Valladolid, José María Anzorena[9],
decreta la abolición de la esclavitud. Días después el 29 de noviembre Hidalgo
expide en Guadalajara, conjuntamente con Ignacio López Rayón,
el Decreto contra la esclavitud,
las gabelas y el papel, en donde se
declaró abolida la esclavitud en América, siendo la primera declaración antiesclavista
realizada en todo el continente.
Por su parte, el 17 de
noviembre de 2010,
Morelos expide el bando de Aguacatillo por el cual se suprimen la esclavitud y
las castas. Disposición que ratifica el Congreso de Anáhuac el 5 de octubre de
2013 y que años después el insurgente José Miguel Ramón Adaucto y Fernández
Félix, mejor conocido como Guadalupe Victoria, ya en su calidad de primer
Presidente de la República Mexicana, hace efectiva la abolición definitiva de
la esclavitud el 16 de septiembre de 1825, mediante decreto expedido en la
ciudad de México.
En Apatzingán el Congreso sancionó, el 22 de octubre de
1814, el “Decreto Constitucional para la
Libertad de la América Mexicana”, mejor conocida como Constitución de
Apatzingán, la cual fue promulgada dos días después, el 24 de octubre, por el
nuevo Poder Ejecutivo encabezado por Morelos, que había sido electo un día
antes por el propio Congreso.
Luego en la población de Ario, ahora de Rosales, el
Congreso estableció el 7 de marzo de 1815, el Primer Supremo Tribunal de Justicia de la Nación, conformando así
en definitiva los tres Poderes en que desde entonces se divide el Supremo Poder
de la Federación, a que se refiere el artículo 49 de nuestra Constitución.
Finalmente, en Puruarán, Michoacán, el 3 de julio de
1815, antes de emprender la marcha hacia Uruapan y Luego a Tehuacán, el
Congreso aprobó los primeros Símbolos
Patrios de México, al crear el Escudo Nacional y las Banderas Nacionales de
Guerra, Parlamentaria y de Comercio, mediante dos decretos que promulgó
Morelos.
Actitud de Morelos ante el Congreso de Anáhuac
Mucho se ha criticado al Congreso de Anáhuac algunas
medidas que afectaron la efectividad militar de Morelos o que obligaban a los
jefes insurgentes a acatar decisiones que no compartían del todo. Incluso José
María Cos se rebeló en su contra, molesto porque ante la gravedad del acoso
realista decidió tomar las armas, aun siendo parte del Poder Ejecutivo, lo cual
desautorizó el Congreso conminándole a volver a su encargo y nombrando a
Morelos para que lo detuviera y presentara ante ese órgano legislativo, el cual
lo condenó a muerte por su indisciplina, pena que finalmente fue conmutada por
cadena perpetua a petición popular. Otros jefes insurgentes desdeñaban su
autoridad. Manuel Mier y Terán cuando decidió disolver el Congreso de Anáhuac,
lo consideraba un lastre financiero para la insurgencia.
Pero como señala justamente Don Julio Zárate en su ensayo
biográfico sobre Morelos:
“Pero si la conducta política de aquellos hombres merece
justas censuras, como patriotas sinceros son dignos de alabanza, y sus nombres
deben trasmitirse a la posteridad cubiertos de bendiciones. Arrostraron con
serena intrepidez los más graves peligros y no vacilaron en dar su vida por la
libertad de la patria. Goces sociales, familia, intereses, todo lo abandonaron
sin sentimiento, para ir a prestar sus luces, su ardiente fe y su actividad a
una causa noble y santa. (…) Optaron por la muerte, por el hambre, por la
miseria, por las penalidades de una vida errante e hicieron frente a su destino
por mucho tiempo con ese valor estoico que comunica a las almas superiores la
conciencia del deber.”[10]
Bellas y lúcidas palabras las de Don Julio Zárate al
ensalzar a los miembros del Congreso de Anáhuac, como firme y sincera fue la
lealtad y el respeto que Morelos profesó siempre a este cuerpo colegiado de
gobierno.
Morelos jamás desacató ninguna de sus órdenes, jamás se
le opuso ni desautorizó ninguno de sus acuerdos o acciones; jamás cuestionó o
puso en entredicho su autoridad. Cuando era necesario y posible debatía
ardientemente sus acuerdos, pero una vez establecidos los respetaba.
Morelos, igual que Hidalgo, era un convencido de que los parlamentos,
son la mejor alternativa para gobernar frente a la larga tradición política que
privilegia el poder unipersonal, llámese rey, emperador, presidente, primer
ministro o jefe de gobierno, y que generalmente se muestra renuente a aceptar
la soberanía y preeminencia de esa expresión directa de la soberanía popular
que son los poderes legislativos.
Varios historiadores y especialistas, incluso el propio
Julio Zárate, señalan que Morelos bien pudo oponerse a varias de las decisiones
del Congreso que él intuía o preveía que podían lesionar la buena marcha de la
insurgencia, pero no lo hizo a pesar de que la mayoría de los congresistas
habían sido nombrados directamente por él y sólo dos provenían de una elección
directa: José Manuel de Herrera por Técpan y José María Murguía por Oaxaca.
No lo hizo porque Morelos tenía perfectamente claro que
el Congreso de Anáhuac era una forma de gobierno superior a la Suprema Junta
Nacional Americana.
Tampoco lo hizo, porque Morelos, como Hidalgo, estaba
profundamente convencido que la soberanía emana del pueblo y que la propiedad,
la vida, la libertad y el derecho a la felicidad son derechos naturales de los
hombres, anteriores a la constitución de la sociedad y que el Estado tiene como
misión principal proteger esos derechos, así como las libertades individuales
de los ciudadanos, como ya lo señalaba el filósofo inglés John Locke desde el
siglo XVII. Para Hidalgo y Morelos el Poder Legislativo es donde se expresa la
soberanía popular y donde se hacen las leyes que deben acatar y cumplir tanto
los Poderes Públicos como el pueblo.
Legado de Morelos
Tanto Morelos como Hidalgo, conocían la recurrencia de
los regímenes autoritarios y centralistas a rechazar y obstruir cualquier forma
de poder colegiado, de origen popular, que restrinja, limite o acote la discrecionalidad,
impunidad y opacidad de sus políticas y acciones, porque como parte del bajo
clero las sufrieron en carne propia. Por eso optaron por una forma de
representación y gobierno colegiado que concordara plenamente con la soberanía
popular y la defendieron y respetaron aún a costa de su propia vida, como lo
hizo Morelos en Temalaca.
Morelos también tenía muy clara la idea de que para
triunfar y establecer un gobierno sólido y estable era necesario construir un
nuevo bloque gobernante en el que tuvieran cabida todas las expresiones del
movimiento emancipador. Así, no obstante que disolvió la Suprema Junta Nacional
Americana, antes de hacerlo invitó a sus miembros a ser parte del nuevo cuerpo
colegiado de gobierno: el Congreso de Anáhuac. También compartió con ellos el
peso de las acciones militares y en su caso las obligaciones del poder
ejecutivo.
Morelos fue en ese sentido un gran estadista y tuvo la
virtud de establecer las primeras instituciones de la República; los supremos
poderes, legislativo, ejecutivo y judicial; el primer territorio libre de la
Nueva España: la Provincia de Técpan, donde se asienta el actual estado de
Guerrero; ordena aquí, en Tixtla, la acuñación de las primeras monedas
mexicanas de cobre; y hace los primeros intentos de crear una fuerza naval
propia para el comercio y la guerra. También hizo los primeros repartos
agrarios restituyendo a los indígenas las tierras que les habían arrebatados
los peninsulares.
De ahí la importancia y la trascendencia de conocer,
preservar y difundir el pensamiento político avanzado de Hidalgo y Morelos en
la configuración de la patria y la libertad que nos legaron.
Además, porque hay que hacerle frente a la permanente
pretensión de las élites que gobiernan y mandan en el país, de ocultar o cuando
menos de minimizar para las nuevas generaciones, el conocimiento de los
acontecimientos y héroes en los que se finca el proyecto de Nación al que
aspiramos la mayoría de los mexicanos.
Muchas gracias.
[1]
Ignacio Manuel
Altamirano. Biografía de Don Miguel Hidalgo y Costilla, Primer Caudillo de la
Independencia. En Morelos y otras historias con notas y ensayo de Julio Moguel.
Juan Pablos, editor, México 2013. Pág. 135.
[2]
Ley del 19 de Julio de 1823. Artículo 13. Enciclopedia
Parlamentaria de México. Serie
III. Leyes y documentos constitutivos de la Nación mexicana. Tomo 2. Pág. 290. Publicado También en: Julio Zárate. José María
Morelos. Ensayo Biográfico. Grupo editorial Miguel Ángel Porrúa. México 1987.
Pág. 169.
[3]
María Cristina Morales
Pacheco. Los Jesuitas y la Independencia de México: algunas aproximaciones.
Revista Destiempos.com/número 14. Marzo-abril de 2008. Consultar en: http://www.destiempos.com/n14/torales.pdf
[4]
Jaime del Arenal
Fenochio. Cronología de la Independencia (1808-1821).Instituto Nacional de
Estudios de la Revoluciones de México. México 2011. La mayoría de las fechas citadas
provienen de este interesante opúsculo.
[5] Citado por Enrique Krauze.
Siglo de Caudillos. Biografía Política de México (1810-1910). Tusquets
editores. México, julio de 2006. Pág. 68.
[6] Exposición de Rayón y Liceaga a Calleja, citado por
Zárate en "México a través de los siglos". Tomado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_L%C3%B3pez_Ray%C3%B3n
[7]
La Constitución de Cádiz de 1812 establece el
territorio de la América Septentrional en los siguientes términos: “Del
territorio de las Españas. Artículo 10.- (…) En la América
septentrional, Nueva España, con la Nueva Galicia y Península de Yucatán, Guatemala,
provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba
con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo, y la isla
de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro
mar.” Constitución Política de la Monarquía Española. Cádiz, 1812. Artículo 10.
Párrafo segundo. Pág. 2. Consultar en: http://www.cadiz2012.es/images/secciones/constitucion/cons_1812.pdf
[8] Archivo General de la
Nación. Catálogo de la Exposición: La Grandeza del México Virreinal. México
2012. ,Pág. 9
[9]
el decreto expedido por José María Anzorena, entre otras cosas,
dice: “se ordena a todos los dueños de esclavos y
esclavas que a partir de esta fecha, tienen un plazo de 10 días para poner en
libertad absoluta a todos sus esclavos y esclavas, y no haciéndolo así, los
dueños de esclavos y esclavas sufrirán irremisiblemente la pena capital y la
confiscación de todos sus bienes”
[10] Julio Zárate. José María Morelos. Ensayo Biográfico. Grupo
editorial Miguel Ángel Porrúa. México 1987. Pág.140.