Morelos y el Congreso de Anáhuac

Texto que sirvió de base a Carlos Reyes Romero, secretario técnico de la Comisión de Cultura de la Sexagésima Legislatura al Congreso del estado de Guerrero, para la presentación del libro Morelos y Otras Historias, de Ignacio Manuel Altamirano. Tixtla de Guerrero, domingo 26 de mayo de 2013.

En México, todavía no hemos podido trascender esa extraña integración de república y monarquía, de centralismo y federalismo, de democracia y autocracia, de libertad y autoritarismo, a la que aludía Gabriel Zaid cuando denunciaba la existencia de un conservadurismo subrepticio dentro del estado liberal mexicano, refiriéndose al hecho de que los sectores conservadores, siempre derrotados militar y políticamente a lo largo de la historia del país, al final del día terminaban reconquistando de manera encubierta y sigilosa sus privilegios, su poder en el manejo del país e imponiéndonos sus políticas de concentración de la riqueza en unos cuantos, de opresión y represión para los de abajo y de saqueo y depredación de los recursos naturales del país.
Lo hicieron durante la Colonia y también en los tiempos posteriores a la proclamación oficial de nuestra Independencia en 1821; durante la dictadura de Porfirio Díaz, luego de la Guerra de Reforma y la intervención francesa; y lo han vuelto a hacer plenamente desde hace 30 años, en los estertores de la Revolución Mexicana; lo cual presagia un nuevo estallido multitudinario de inconformidad social, que ya está en marcha, y que puede darle un nuevo empuje al progreso social del país. Los pueblos y las revoluciones continúan siendo las grandes parteras de la historia.



Nuestras élites económicas y políticas se consuelan y complacen creyendo que no hay condiciones ni razones para un nuevo estallido social, pero tampoco quieren tentar al diablo, por eso redujeron al mínimo la conmemoración del Bicentenario del inicio de la Independencia y de la Revolución Mexicana, hace tres años y lo mismo intentan hacer ahora con el Bicentenario del Primer Congreso de Anáhuac y de los Sentimientos de la Nación, cuyo Bicentenario estamos conmemorando y se está impulsando por el Congreso de Guerrero, conjuntamente con las Legislaturas y los gobiernos de los estados México, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Puebla y Veracruz, lugares donde predominaban hasta 1815 la fuerzas insurgentes comandadas por Morelos.
No extraña entonces que el Congreso de la Unión, en particular la Cámara de Diputados, que es la más alta representación popular del país, haya desdeñado y rechazado incluir como fecha conmemorativa para toda la Nación la del Congreso de Anáhuac, ni tampoco el que también se hayan negado a inscribir con letras de oro en el Muro de Honor del Palacio Legislativo de San Lázaro el epígrafe: “Primer Congreso de Anáhuac, Congreso de Chilpancingo 1813” propuesto por el entonces diputado Mario Moreno Arcos del Grupo Parlamentario del PRI, ni tampoco la leyenda: "Congreso de Anáhuac de 1813, Primer Constituyente de la Nación Mexicana", de la autoría de los entonces senadores Julio César Aguirre Méndez y Valentín Guzmán Soto, del PRD, y Antelmo Alvarado García, del PRI.


Actualmente el Congreso de la Unión quiere omitir el dictamen de la “Minuta con proyecto de decreto por el que se declara al año 2013 como "Año del Bicentenario del Congreso de Anáhuac y la Proclamación de los Sentimientos de la Nación”, sustentada en la Iniciativa que al respecto les envió el Congreso del Estado y en la que presentaron los senadores arriba mencionados. Minuta que fue aprobada y enviada por el Senado a la Cámara de Diputados el 26 de abril de 2012. En lugar de ello, ahora los legisladores federales pretenden declarar el “2013 como Año de la Libertad y la República” según proponen los diputados, o “2013 Año de Belisario Domínguez, la Libertad y la República” como contraproponen los senadores.
Hasta ahora ˗26 de mayo de 2013˗ esta pretensión no concluye su proceso legislativo y todavía se está en tiempo de revertirla. Ojalá la Sexagésima Legislatura del Honorable Congreso del estado de Guerrero, haga buen uso de la libertad y soberanía que como entidad federativa nos corresponde e impugne esta arbitraria decisión.

Importancia del rescate de la memoria histórica
Don Ignacio Manuel Altamirano, en la más pura tradición de los sabios griegos y latinos de la antigüedad, lo enuncia de una manera clara y sencilla:

“Mantener viva en el espíritu de los pueblos la memoria de los hombres a quienes deben su libertad es un deber de patriotismo y de gratitud para los ciudadanos y una necesidad política para los gobiernos.
La historia de los hechos heroicos y de los grandes varones que los ejecutaron mantiene vigoroso el sentimiento de nacionalidad y robustece en el ánimo popular la resolución de conservar incólume el tesoro de la independencia, a tanta costa conseguido, y legado por los héroes con el sacrificio de sus vidas.[1]
Por eso mismo escribió Don Ignacio Manuel Altamirano los cuatro ensayos biográficos que conforman la obra que estamos comentando y el documento de Don Juan Hernández y Dávalos sobre la Colección de Documentos para la Historia de la Independencia de México, desde 1808 a 1821.
La finalidad de Altamirano es precisa y contundente. Rescatar para el conocimiento popular la memoria de los hechos y los personajes, mujeres y hombres, que consagraron su vida a la lucha por la independencia de México.
Ese es el valor fundamental de los tres ensayos sobre Morelos y los acontecimientos de Zacatula, El Veladero y Tixtla, así como de la breve biografía de Hidalgo que nos obsequia.
Lo hace en una época en que se extinguía el aprecio gubernamental por estos héroes, a quienes, el 19 de julio de 1823, “El Congreso declara beneméritos de la patria en grado heroico a los Señores Don Miguel Hidalgo, Don Ignacio Allende, Don Juan Aldama, Don Mariano Abasolo, Don José María Morelos, Don Mariano Matamoros, Don Leonardo y Miguel Bravo, Don Hermenegildo Galeana, Don José Mariano Jiménez, Don Francisco Javier Mina –no obstante su conocido origen español, Don Pedro Moreno y Don Víctor Rosales”[2], ordenando el traslado de sus restos a la capital de la República para ser depositados con todos los honores en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.
Pero luego sufrieron en ese lugar olvido y abandono por más de un siglo, hasta que en 1923 fueron trasladados por decisión del presidente Calles al Monumento a la Independencia, conocido popularmente como El Ángel.
En fechas posteriores a 1823 fueron trasladados a la mencionada Catedral o directamente al mencionado Monumento los restos de Vicente Guerrero, Leona Vicario, Andrés Quintana Roo, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria.
Finalmente ˗luego de los estudios concluidos en el 2010 por el INAH y que se mantuvieron bajo reserva hasta marzo de este año˗ ahora sabemos que sí están en el Monumento a la Independencia los restos de casi todos ellos, incluidos los de Morelos que por tanto tiempo se dieron por perdidos; sólo faltan los de Mariano Abasolo, Leonardo Bravo, Miguel Bravo y Hermenegildo Galeana cuyos restos nunca han sido encontrados y los de Pedro Moreno y Víctor Rosales que se presume pueden estar mezclados con los restos de los demás.
Ahora, 200 años después, es muy importante rescatar la memoria histórica de la Nación acerca de la gesta de la Independencia, que durante tantos años ha sido menospreciada por nuestros gobernantes.
Es parte de una lucha que todavía estamos dando las mexicanas y los mexicanos para que se reconozca el valor y la importancia de los hechos, las heroínas y los héroes que cincelaron con su vidas el granítico basamento de soberanía, independencia, libertad y justicia sobre el cual se ha tratado de consolidar la vida nacional durante los últimos 200 años.
En eso está comprometida la Comisión Especial del Congreso del Estado para la Conmemoración del Congreso de Anáhuac, de los Sentimientos de la Nación y de la Declaración de Independencia de la América Septentrional, así como muchos ciudadanos e intelectuales, quienes como Julio Moguel hacen su particular pero valiosa aportación a estos festejos, no siempre reconocida ni adecuadamente valorada.

La participación de los curas en la insurgencia

Un hecho trascendente y poco tomado en cuenta al hablar del movimiento insurgente, es el liderazgo que asumieron cientos de curas y personajes con estudios de Teología, en los territorios donde se desplegó la fuerza de los insurgentes.
Los nombres de Fray Melchor de Talamantes, Fray Vicente de Santa María, Fray Servando Teresa de Mier, y por supuesto el de Don Miguel Hidalgo y Costilla son de los más conocidos y nombrados desde los primeros vientos de la insurrección en 1808.
A ellos se suman, a partir de 1810, los de Don José María Morelos y Pavón, cura de Carácuaro; Don José Manuel de Herrera, cura de Huamuxtitlán; Don Mariano Antonio Tapia, cura de Tlapa; José Sixto Verduzco, cura de Tuzantla, Michoacán; Don José María Cos, doctor en Teología; Don Carlos María Bustamante, graduado en Teología, en el Seminario de Oaxaca; y Don Mariano Matamoros, cura de Jantetelco, Puebla; por nombrar sólo los más relevantes, aunque han aparecido estudios que tratan cada vez con mayor extensión la intervención del bajo clero y de los jesuitas en la independencia nacional.
Por eso es muy relevante que el Congreso de Anáhuac, adelantándose un año al Papa Pío VII, haya emitido el decreto por el cual se restablece la Compañía de Jesús, cuyos integrantes eran reconocidos por muchos novohispanos como forjadores de la identidad nacional y más aún, cuyos textos han sido calificados por investigadores contemporáneos como precursores ideológicos de la Independencia Nacional.[3] También es significativo que esto haya acontecido el mismo día, 6 de noviembre de 1813, en que el Congreso de Anáhuac promulgó el Acta Solemne de Declaración de Independencia de la América Septentrional.
Un caso muy especial, es el de Don Mariano Escandón y Llera, Conde de Sierra Gorda, gobernador del obispado de Michoacán, quien levanta la excomunión de Hidalgo el 6 de octubre de 2010 y días más tarde, el 22 de octubre, concede a Morelos licencia para ausentarse de su curato en virtud de la comisión que le encargó Hidalgo; todavía más, el 29 de diciembre del mismo año, Escandón y Llera hace públicas las razones por las cuales levantó la excomunión de Hidalgo impuesta por el Obispo Manuel Abad y Queipo[4].
Con todo, este Obispo excomulgador de Hidalgo y de Morelos, describía de la siguiente manera la labor de los curas de la época:
“Los curas dedicados únicamente al servicio espiritual y al socorro temporal de estas clase miserables, concilian por estos ministerios y oficios su afecto, su gratitud y su respeto. Ellos los visitan y consuelan en sus enfermedades y trabajos. Hacen de médicos, les recetan, costean y aplican a veces ellos mismos los remedios. Hacen también de sus abogados e intercesores con los jueces y con los que piden contra ellos. Resisten también las opresiones de los justicias y de los vecinos poderosos[5].”
Todo lo cual pone de realce que la iglesia católica nunca ha sido lo homogénea y hermética que parece ser y que en su interior se dan recurrentemente movimientos eclesiásticos que tienden a vincularse y a encabezar causas populares. No siempre logran sobrevivir, pero reaparecen una y otra vez aunque con distintas denominaciones. Son el vínculo de la Palabra de Dios con el pueblo.

Valor y significado del Congreso de Anáhuac

La idea de convocar a un Congreso que fuera el Poder Supremo de la naciente nación mexicana, era común entre muchos de los partidarios de la independencia de México. Era el primer punto del Plan del Gobierno Americano entregado por Miguel Hidalgo a Morelos y publicado por éste en su cuartel general de Aguacatillo, el 17 de noviembre de 1810. Está también en la propuesta conciliatoria de López Rayón y Liceaga a José María Calleja, donde trataban de negociar con éste, exhortándole sobre la justicia de la causa independiente y ofreciéndole la creación de una junta nacional o Congreso[6].
Morelos siempre fue fiel a las indicaciones de Don miguel Hidalgo. Por eso cuando Hidalgo murió no tuvo problemas en reconocer el mando de Ignacio López Rayón, a quien se consideraba lugarteniente de Hidalgo, ni a la Suprema Junta Nacional Americana, que integran Ignacio López Rayón como presidente, José Sixto Verduzco y José María Liceaga como vocales. Morelos fue reconocido antes de la toma de Oaxaca como el cuarto vocal de esta Junta.
Pero cuando Morelos advirtió que las diferencias y las intrigas entre los miembros de la Junta, no permitían a ésta jugar el papel de conducción y mando unificado que requería el movimiento insurgente. Al grado tal que el 7 de abril de 2013, Ignacio López Rayón decreta la destitución de José María Liceaga y Sixto Verduzco como miembros de la Junta y ordena que sean aprehendidos. Morelos al ver fracasados sus intentos de conciliación con los miembros de la Junta, resolvió convocar al Congreso de Anáhuac, girando instrucciones a los responsables de los territorios bajo control insurgente para que nombraran diputados al Congreso. López Rayón, Liceaga y Sixto Verduzco son designados diputados al Congreso por derecho propio.
Una vez instalado el Congreso Morelos decreta, el 18 de septiembre de 2013, la disolución de la Suprema Junta Nacional Americana. López Rayón se integra a las labores del Congreso el 4 de noviembre de 2013.
El Primer Congreso de Anáhuac se instaló en la Catedral de Santa María de la Asunción, el 13 de septiembre de 1813, previa declaratoria de la ciudad de Chilpancingo como capital del país y es disuelto en Tehuacán por el comandante insurgente de la región, Manuel Mier y Terán, el 15 de diciembre de 1815, por diferencias con los integrantes del Congreso y previo el arresto de los mismos; para entonces no habían transcurrido más que cuarenta días de la detención de Morelos y faltaban 7 días para su ejecución.
Después de eso fue el caos. Los insurgentes se dividieron y enfrentaron entre si, otros abandonaron la lucha y sólo unos cuantos mantuvieron la resistencia, en diversas partes del país.

Logros del Congreso de Anáhuac

El Congreso conoció y proclamó en Chilpancingo los Sentimientos de la Nación, decretó la abolición de la esclavitud, restableció la Compañía de Jesús y promulgó la independencia de la América Septentrional.
Esta última declaratoria del Congreso de Anáhuac antes de abandonar Chilpancingo, sancionada por Morelos, fue un abierto desafío al imperio español que en 1813 se hallaba en la cumbre de su expansión colonial, pues en un solo acto se declaró independientes no sólo el actual territorio de México, sino también el resto de la parte americana del Virreinato de la Nueva España, que abarcaba los actuales estados de California, Nevada, Colorado, Utah, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, Washington, Florida y partes de Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Luisiana, ahora miembros todos ellos de la Unión Americana; en Canadá la parte suroeste de la Columbia Británica; la Capitanía General de Guatemala (Guatemala, Belice, Costa Rica, El Salvador, Honduras y Nicaragua); y la Capitanía General de Cuba (Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, Trinidad y Tobago y Guadalupe)[7]. La Nueva España abarcaba también la Capitanía General de las Filipinas (Las Filipinas, las Carolinas y las Marianas, en el Pacífico Asiático), y en algún momento llegó a abarcar hasta Formosa, la actual Taiwán o República de China[8].
También resalta la importancia de la lucha de Hidalgo y de Morelos para abolir la esclavitud y las castas en México. Así el 19 de octubre de 1810, por petición de Hidalgo el intendente de Valladolid, José María Anzorena[9], decreta la abolición de la esclavitud. Días después el 29 de noviembre Hidalgo expide en Guadalajara, conjuntamente con Ignacio López Rayón, el Decreto contra la esclavitud, las gabelas y el papel, en donde se declaró abolida la esclavitud en América, siendo la primera declaración antiesclavista realizada en todo el continente.
Por su parte, el 17 de noviembre de 2010, Morelos expide el bando de Aguacatillo por el cual se suprimen la esclavitud y las castas. Disposición que ratifica el Congreso de Anáhuac el 5 de octubre de 2013 y que años después el insurgente José Miguel Ramón Adaucto y Fernández Félix, mejor conocido como Guadalupe Victoria, ya en su calidad de primer Presidente de la República Mexicana, hace efectiva la abolición definitiva de la esclavitud el 16 de septiembre de 1825, mediante decreto expedido en la ciudad de México.
En Apatzingán el Congreso sancionó, el 22 de octubre de 1814, el “Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana”, mejor conocida como Constitución de Apatzingán, la cual fue promulgada dos días después, el 24 de octubre, por el nuevo Poder Ejecutivo encabezado por Morelos, que había sido electo un día antes por el propio Congreso.
Luego en la población de Ario, ahora de Rosales, el Congreso estableció el 7 de marzo de 1815, el Primer Supremo Tribunal de Justicia de la Nación, conformando así en definitiva los tres Poderes en que desde entonces se divide el Supremo Poder de la Federación, a que se refiere el artículo 49 de nuestra Constitución.
Finalmente, en Puruarán, Michoacán, el 3 de julio de 1815, antes de emprender la marcha hacia Uruapan y Luego a Tehuacán, el Congreso aprobó los primeros Símbolos Patrios de México, al crear el Escudo Nacional y las Banderas Nacionales de Guerra, Parlamentaria y de Comercio, mediante dos decretos que promulgó Morelos.

Actitud de Morelos ante el Congreso de Anáhuac

Mucho se ha criticado al Congreso de Anáhuac algunas medidas que afectaron la efectividad militar de Morelos o que obligaban a los jefes insurgentes a acatar decisiones que no compartían del todo. Incluso José María Cos se rebeló en su contra, molesto porque ante la gravedad del acoso realista decidió tomar las armas, aun siendo parte del Poder Ejecutivo, lo cual desautorizó el Congreso conminándole a volver a su encargo y nombrando a Morelos para que lo detuviera y presentara ante ese órgano legislativo, el cual lo condenó a muerte por su indisciplina, pena que finalmente fue conmutada por cadena perpetua a petición popular. Otros jefes insurgentes desdeñaban su autoridad. Manuel Mier y Terán cuando decidió disolver el Congreso de Anáhuac, lo consideraba un lastre financiero para la insurgencia.
Pero como señala justamente Don Julio Zárate en su ensayo biográfico sobre Morelos:
“Pero si la conducta política de aquellos hombres merece justas censuras, como patriotas sinceros son dignos de alabanza, y sus nombres deben trasmitirse a la posteridad cubiertos de bendiciones. Arrostraron con serena intrepidez los más graves peligros y no vacilaron en dar su vida por la libertad de la patria. Goces sociales, familia, intereses, todo lo abandonaron sin sentimiento, para ir a prestar sus luces, su ardiente fe y su actividad a una causa noble y santa. (…) Optaron por la muerte, por el hambre, por la miseria, por las penalidades de una vida errante e hicieron frente a su destino por mucho tiempo con ese valor estoico que comunica a las almas superiores la conciencia del deber.”[10]
Bellas y lúcidas palabras las de Don Julio Zárate al ensalzar a los miembros del Congreso de Anáhuac, como firme y sincera fue la lealtad y el respeto que Morelos profesó siempre a este cuerpo colegiado de gobierno.
Morelos jamás desacató ninguna de sus órdenes, jamás se le opuso ni desautorizó ninguno de sus acuerdos o acciones; jamás cuestionó o puso en entredicho su autoridad. Cuando era necesario y posible debatía ardientemente sus acuerdos, pero una vez establecidos los respetaba.
Morelos, igual que Hidalgo, era un convencido de que los parlamentos, son la mejor alternativa para gobernar frente a la larga tradición política que privilegia el poder unipersonal, llámese rey, emperador, presidente, primer ministro o jefe de gobierno, y que generalmente se muestra renuente a aceptar la soberanía y preeminencia de esa expresión directa de la soberanía popular que son los poderes legislativos.
Varios historiadores y especialistas, incluso el propio Julio Zárate, señalan que Morelos bien pudo oponerse a varias de las decisiones del Congreso que él intuía o preveía que podían lesionar la buena marcha de la insurgencia, pero no lo hizo a pesar de que la mayoría de los congresistas habían sido nombrados directamente por él y sólo dos provenían de una elección directa: José Manuel de Herrera por Técpan y José María Murguía por Oaxaca.
No lo hizo porque Morelos tenía perfectamente claro que el Congreso de Anáhuac era una forma de gobierno superior a la Suprema Junta Nacional Americana.
Tampoco lo hizo, porque Morelos, como Hidalgo, estaba profundamente convencido que la soberanía emana del pueblo y que la propiedad, la vida, la libertad y el derecho a la felicidad son derechos naturales de los hombres, anteriores a la constitución de la sociedad y que el Estado tiene como misión principal proteger esos derechos, así como las libertades individuales de los ciudadanos, como ya lo señalaba el filósofo inglés John Locke desde el siglo XVII. Para Hidalgo y Morelos el Poder Legislativo es donde se expresa la soberanía popular y donde se hacen las leyes que deben acatar y cumplir tanto los Poderes Públicos como el pueblo.

Legado de Morelos

Tanto Morelos como Hidalgo, conocían la recurrencia de los regímenes autoritarios y centralistas a rechazar y obstruir cualquier forma de poder colegiado, de origen popular, que restrinja, limite o acote la discrecionalidad, impunidad y opacidad de sus políticas y acciones, porque como parte del bajo clero las sufrieron en carne propia. Por eso optaron por una forma de representación y gobierno colegiado que concordara plenamente con la soberanía popular y la defendieron y respetaron aún a costa de su propia vida, como lo hizo Morelos en Temalaca.
Morelos también tenía muy clara la idea de que para triunfar y establecer un gobierno sólido y estable era necesario construir un nuevo bloque gobernante en el que tuvieran cabida todas las expresiones del movimiento emancipador. Así, no obstante que disolvió la Suprema Junta Nacional Americana, antes de hacerlo invitó a sus miembros a ser parte del nuevo cuerpo colegiado de gobierno: el Congreso de Anáhuac. También compartió con ellos el peso de las acciones militares y en su caso las obligaciones del poder ejecutivo.
Morelos fue en ese sentido un gran estadista y tuvo la virtud de establecer las primeras instituciones de la República; los supremos poderes, legislativo, ejecutivo y judicial; el primer territorio libre de la Nueva España: la Provincia de Técpan, donde se asienta el actual estado de Guerrero; ordena aquí, en Tixtla, la acuñación de las primeras monedas mexicanas de cobre; y hace los primeros intentos de crear una fuerza naval propia para el comercio y la guerra. También hizo los primeros repartos agrarios restituyendo a los indígenas las tierras que les habían arrebatados los peninsulares.
De ahí la importancia y la trascendencia de conocer, preservar y difundir el pensamiento político avanzado de Hidalgo y Morelos en la configuración de la patria y la libertad que nos legaron.
Además, porque hay que hacerle frente a la permanente pretensión de las élites que gobiernan y mandan en el país, de ocultar o cuando menos de minimizar para las nuevas generaciones, el conocimiento de los acontecimientos y héroes en los que se finca el proyecto de Nación al que aspiramos la mayoría de los mexicanos.

Muchas gracias.



[1] Ignacio Manuel Altamirano. Biografía de Don Miguel Hidalgo y Costilla, Primer Caudillo de la Independencia. En Morelos y otras historias con notas y ensayo de Julio Moguel. Juan Pablos, editor, México 2013. Pág. 135.
[2] Ley del 19 de Julio de 1823. Artículo 13. Enciclopedia Parlamentaria de México. Serie III. Leyes y documentos constitutivos de la Nación mexicana. Tomo 2. Pág. 290.  Publicado También en: Julio Zárate. José María Morelos. Ensayo Biográfico. Grupo editorial Miguel Ángel Porrúa. México 1987. Pág. 169.
[3] María Cristina Morales Pacheco. Los Jesuitas y la Independencia de México: algunas aproximaciones. Revista Destiempos.com/número 14. Marzo-abril de 2008. Consultar en: http://www.destiempos.com/n14/torales.pdf
[4] Jaime del Arenal Fenochio. Cronología de la Independencia (1808-1821).Instituto Nacional de Estudios de la Revoluciones de México. México 2011. La mayoría de las fechas citadas provienen de este interesante opúsculo.
[5] Citado por Enrique Krauze. Siglo de Caudillos. Biografía Política de México (1810-1910). Tusquets editores. México, julio de 2006. Pág. 68.
[6] Exposición de Rayón y Liceaga a Calleja, citado por Zárate en "México a través de los siglos". Tomado de: http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_L%C3%B3pez_Ray%C3%B3n
[7] La Constitución de Cádiz de 1812 establece el territorio de la América Septentrional en los siguientes términos: “Del territorio de las Españas. Artículo 10.- (…) En la América septentrional, Nueva España, con la Nueva Galicia y Península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo, y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro mar.” Constitución Política de la Monarquía Española. Cádiz, 1812. Artículo 10. Párrafo segundo. Pág. 2. Consultar en: http://www.cadiz2012.es/images/secciones/constitucion/cons_1812.pdf
[8] Archivo General de la Nación. Catálogo de la Exposición: La Grandeza del México Virreinal. México 2012. ,Pág. 9
[9] el decreto expedido por José María Anzorena, entre otras cosas, dice: “se ordena a todos los dueños de esclavos y esclavas que a partir de esta fecha, tienen un plazo de 10 días para poner en libertad absoluta a todos sus esclavos y esclavas, y no haciéndolo así, los dueños de esclavos y esclavas sufrirán irremisiblemente la pena capital y la confiscación de todos sus bienes”
[10] Julio Zárate. José María Morelos. Ensayo Biográfico. Grupo editorial Miguel Ángel Porrúa. México 1987. Pág.140.