Miguel Ángel Mata Mata
Maquiavelo recomendó al Príncipe: “Los hombres ofenden antes
al que aman que al que temen”. Desde entonces los mexicanos dedicados a la
política sostienen la tesis de que “mejor ser temido a ser amado”. Les gusta
les teman. No les gusta les amen. Han implementado estrategias para dominar al
pueblo mediante el miedo: miedo al impuesto, a la policía, a lo desconocido, a
arder en el infierno por ser pecador. Miedo a ser libres.
Lo que ha sucedido en Iguala formó parte de una estrategia
de miedo, de terror. Grupos de mafiosos tolerados por el Estado Mexicano, y
solapados por las policías estatal y municipal, pretendieron dar una muestra de
ser los malos de la comarca.
Como Vlad Drácul, El Empalador, convertido en Drácula por el
imperio del celuloide: masacraron a jóvenes desarmados. Cual enemigos en una
guerra. Los que quedaron no aparecen. Su infierno debe ser similar al de los
asesinados… o peor. El mensaje ha sido enviado. En su territorio impera el
miedo, el terror, la sangre, la peor muerte.
A estas alturas ya no importa saber quiénes son los autores
sino a quiénes afecta el festín de sangre. ¿Al gobierno federal? ¿Al estatal?
¿Al municipal? ¿A los poderes fácticos (incluida la Iglesia Católica)? ¿A los
grupos subversivos? ¿A los partidos políticos?
El demoledor golpe, si es que alguien lo orquestó, le pega a
toda la estructura de los poderes reales, formales, fácticos o clandestinos de
la sociedad mexicana, acostumbrada a no responder a intimidaciones sino a
través del dejar hacer y dejar pasar para gozar de una zona de confort
incierta. Le pega al sistema y le pega a la mayoritaria clase media abúlica y
acomodada en el sillón del “no hacer nada para no tener problemas”.
El homicidio de seis muchachos, 23 heridos y la desaparición
de 43 estudiantes ha dejado en la lona a Enrique Peña Nieto y al gobierno
federal. Nuestro Presidente, cual Cornelio Reyna, presumía en el ámbito
internacional volar como a veinte mil metros de altura. El golpe le tiró de su
nube a su realidad: la impunidad en México tan solo es comparada a la de
Afganistán, en guerra, o a la de algún país africano azotado por brutales
tiranías.
Nuestro gobierno del estado ha quedado exhibido. El
procurador de Justicia se encargó de ello. Casi de inmediato, luego de la
masacre, se apresuró a declarar la aparición de fosas clandestinas en donde,
“seguramente están los cuerpos de los muchachos perdidos”. Craso error: la PGR
le desmintió una semana después. El tiempo mostró el tamaño de la tragedia y el
infierno en que se consumieron la ilusiones de normalistas venidos de las
familias pobres del estado a las que, paradójicamente, nuestro gobierno local
dice proteger.
Los gobiernos municipales fueron encuerados en su cruda
realidad. Están entregados a los jefes de las mafias regionales. “El otro
gobierno” es el que paga las nóminas de sus policías municipales. Lo mismo en
Iguala, como en Taxco y otros, con relevancia mayor, sucede lo mismo.
¿Recuerdan la sentencia a Ortiz Rubio en
el maximato: el Presidente aquí vive, pero el que manda vive allá enfrente?”
El gobierno federal ya asumió las funciones de seguridad
pública en doce municipios de las regiones de la Tierra Caliente y Zona Norte.
Han sido tomados diez ayuntamientos en las regiones Montaña y Costa Chica por
radicales simpatizantes de los normalistas. De éstos últimos se dice que son la
guerrilla del ERPI y EPR. Triste paridad de mandos reales: guerrilla y narcos.
Vemos un estado partido en dos: gobierno federal en Tierra
Caliente y Zona Norte; guerrilla en La Montaña y Costa Chica. ¿Y en las restantes
tres regiones sumidas igual en el mando de las mafias todopoderosas? ¿Cuándo
caen? ¿En qué manos caerán?
El demoledor golpe ha dejado en el lugar donde deben estar a
los partidos políticos: en el descrédito total
por su ambición al poder del dinero venido de manera fácil. ¿Puede el
famoso PG y su movimiento de Regeneración Nacional erigirse como la única
fuente de moralidad y honestidad cuando su candidato a gobernador en Guerrero
es el padrino de quien orquestó la dantesca masacre en Iguala?
¿Puede el PRD llamar a votar por sus candidatos cuando en
las zonas Norte, Tierra Caliente y Costa Grande son sus candidatos y alcaldes
los señalados de pertenecer al narcotráfico? ¿El PAN puede llamar a votar por
ellos cuando sus militantes matan al secretario general porque no les entregó
candidaturas? ¿El PRI puede llamar al voto cuando en mantas son exhibidos
delegados federales como militantes de grupos del crimen? ¿El PT, cuando el
síndico en Iguala es su militante y también ha sido llamado a declarar para que
explique su participación en el festín de sangre? ¿Movimiento Ciudadano cuando
calla haber postulado a José Luis Abarca como candidato a presidente municipal?
¿Todos están embarrados? De ninguna manera. Todos, pero
todos, metidísimos en la orgía de poder,
dinero y sangre. El golpe, si es que alguien lo diseñó y premeditó, como
sugiere en algún comunicado un grupo autodenominado ERPI, demuele a todos. Es
una sacudida general al árbol de la política mexicana, al estado Mexicano y a
los políticos que mantienen como manual de buen gobierno la única sugerencia
sacada de Maquivelo: “Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen”.
Ellos ejercitan el temor antes que el amor. Leen y ponen en práctica el manual
de Vlad “El Empalador”: córtales la cabeza y exhíbelos. Que vean un poder de
violencia mayor al que realmente tienes.

Triste que en misa ofrecida en La Villa, ni siquiera fueron
mencionados los que acudieron ante la Virgen de Guadalupe a buscar el consuelo
divino. En México, nuestro México, no hay un solo ser vivo que se compadezca de
la tragedia.
Por eso ellos, los cirqueros de la política, siguen la farsa
de repartirse candidaturas, cargos y vivir como millonarios con el erario,
antes de encontrar a los 43 desparecidos, curar a los 23 heridos y llorar a los
seis asesinados. Olvidan que el golpe de sangre es para todos.
¿El golpe lo dio el otro gobierno? Tal vez. Solo tal vez.
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