Hugo
Falcón Páez
No estamos solos,
estamos con nosotros mismos.
El
veinte de noviembre, siete de la mañana, abrí mis ojos. Precisamente en el
marco del festejo de la Revolución Mexicana no hubo un desfile conmemorativo,
pero fui víctima de otro desfile, uno del cual cientos de miles de ciudadanos
hemos sufrido. Me refiero a un asalto.
Me
despojaron de la seguridad con la cual puedo caminar por las calles, de mi
garantía como civil, de la confianza hacia las autoridades, asimismo, desarticularon
la protección y seguridad de las policías estatales y federales. Mi persona fue
azotada por la agresividad disfrazada de desempleo, perversidad y latrocinio.
Me atacaron dos individuos, cada uno portaba un arma de fuego, el cañón de una
pegó en la parte del hueso parietal, y otra me oprimía
fuertemente entre mi costilla izquierda, el páncreas y el pulmón. Segundos
que parecían horas. Atrás de mí el espanto y el horror, en mi mente mis
dos pequeñas hijas. Mi existencia se quebró al escuchar el corte del cartucho,
y una voz con aliento alcohólico que me decía. "No te muevas porque te
quiebro, no te muevas". El otro sujeto me removió mi cangurera de
mezclilla, la cual llevaba cruzada del hombro derecho a mi cintura, ahí portaba
en el interior cuestiones personales. Entre ellas. Mi celular inteligente, el
cual era mi herramienta de trabajo. Tecnología que con decenas de aplicaciones
entrevistaba, fotografiaba, editaba documentos y archivos, enviaba correos,
cualquier cosa para el portal web y la revista impresa falcotitlan LA CAPITAL
INFORMATIVA. También iba mi agenda con datos exclusivos de mi empresa falcoatl
multimedios, así como impresos de la escuela de mi hija y mis anteojos de
aumento. Pero no iban por eso, se dirigieron a mí por la cantidad económica que
llevaba, producto de una facturación fiscal de una actividad que realizamos
tres personas. Civiles a quienes nos cuesta muchísimo ganar unos pesos
para mantener a nuestras familias. Así como nosotros, millones en México,
en el estado de Guerrero y en la ciudad de Acapulco. Mi caso como infinitos
pueden ser, algunos con desenlaces negros. El mío quedó integrado en el
Ministerio Público del Fuero Común, uno más a la lista. Espero algo, sí. No que
se resuelva, sino que no le suceda a nadie. De corazón lo digo. El escenario
abreviado, fue que de la sucursal bancaria caminé hacia una tienda de
autoservicio ubicada en Costera Miguel Alemán. El tiempo, de las 13 horas y
treinta minutos que me dieron el efectivo, hasta las 14 horas con veinte
minutos que me encontraba en el interior del almacén, específicamente en el
corredor de las carnes. Por estrepitoso que suene, ahí adentro con la gente
alrededor fui perturbado y despojado. La seguridad privada se hizo a un lado
porque vieron a los armados, ese rubro debe tener énfasis en el Congreso de la
Unión, porque no se puede capitalizar la seguridad de ningún lugar de la
nación. No es así como se contrarresta la violencia, eso da pie a crear una
reflexión más profunda.
Ahí el hecho
pavoroso, cruel y despiadado. No puedo agregar más terror. Ahora entiendo y
siempre lo comprendí, el dolor ajeno a causa de un hecho perverso y dañino, no
debe ni tiene que ser puente para satisfacción personal de autoridades
desgraciadas. Sí, eso significa. Estamos en una colisión emocional, un trauma
psicológico, una herida generacional, un golpe patológico. La crueldad de la
indiferencia nos llevará a lo más obscuro, si ciudadanos no diseñan un plan
estructural en base a la legislación e indudablemente tomar iniciativas legales
y dentro del marco jurisprudencial. La inseguridad trasciende a lo moral,
ético, emocional y psicológico, ya no me atrevo a decir lo que es perder a un
familiar, un hijo, un padre, un abuelo. Una vida tiene más valor que cualquier
peso en oro. Aunque suene trillado. Los ciudadanos estamos exhaustos de los
políticos ramplones que lloran, de los cínicos que hacen proselitismo con el
dolor ajeno, de las fuerzas políticas que no ayudan y menos salvaguardan a la
sociedad. De los gobernantes que roban del erario, que hurtan de los programas
sociales para vivir como ricos. Del nepotismo, del compadrazgo, del amiguismo.
Estamos cansados de que nos estén matando poco a poco con la basura que hacen o
dejaron los otros, y de los que vienen para buscar una oportunidad en un puesto
de elección popular. No queremos ni necesitamos a un individuo que hace campaña
en favor de la paz, para enaltecer su ego político, que ni a eso llega. Y la
lista es colosal, pero más somos los ciudadanos que anhelamos otro México. Por
ello, me atrevo a escribir esta misiva al mundo, a mi país, en el estado que
habito y en la ciudad que cohabitamos con las ganas de amanecer vivos.
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