Margarito López Ramírez
A semejanza de lo que acontece en el ámbito mundial, existen comunidades en el suelo patrio que, además de sus paisajes excepcionales, poseen diversidad de potajes y antojos mexicanos que satisfacen y deleitan paladares exigentes de propios y extraños. Si a estas peculiaridades se les aúna el trato amable de la gente que las habitan, estas colectividades saltan a la notoriedad. Y, amén de ser frecuentadas por su entorno, historia, tradiciones y costumbres admirables, el flujo de visitantes se intensifica por el sabor y características de sus platillos típicos.
Viene a cuento lo anterior, porque en algunos hogares de Tixtla de Guerrero, México, además de consumir el consabido y delicioso pozole condimentado con orégano, cebolla, picante y jugos de limón o lima agrios; atoles, ya sea blanco saboreado con pedazos de calabaza, camote, pachayota o torrejas empanochadas; atoles champurrado, de piña, o arroz consumidos con pan blanco o tamales heridos; el apetecible fiambre aderezado con jugos agridulces; o chivo en barbacoa (chito), mole verde o las típicas tostadas.
En este tenor, también es habitual que en la mesa o en el suelo destinado a los cultivos, se sirvan: frijoles fritos o refritos con manteca de cerdo, tortillas recién salidas del comal, tamales tololochis, tamales hechos con masa y frijol entero o garbanzo, queso fresco, pedazos de chicharrón o tiras de tipishihui asado en las brasas, acompañados de chimole o salsa hechos en molcajete, rábanos y tlanipa; sin olvidar un manojo de ramillas de cilantro, papatla, pipitza, cococatzin, escobitas o tepalcasho…

He aquí también que justificadamente quepa afirmar; en Tixtla de Guerrero, ciudad poseedora de historia patria, tradiciones y costumbres propias, el oriundo de esta tierra y el viandante, encuentran, además de sorbos de reconfortante mezcal extraído de verdes magueyes, degustaciones, deleites que satisfacen al paladar.
0 Comentarios