Hugo Falcón Páez
“Es cierto que mi forma es muy extraña, pero culparme por ello es culpar a Dios; si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo procuraría no fallar en complacerte. Si yo pudiese alcanzar de polo a polo o abarcar el océano con mis brazos, pediría que se me midiese por mi alma,
porque la verdadera medida del hombre es su mente”. Joseph Carey Merrick “El hombre elefante” (1862-1890)
Hay hombres que definen una generación. El inglés Joseph Carey Merrick, lo hizo. Nació en el Siglo XIX en Leicester, Inglaterra, el cinco de agosto de 1862 y falleció en Londres el once de abril de 1890. No fue un científico magnánimo, ni miembro de la Realeza Británica, ni un grandioso prelado, ni un horrendo asesino, ni archimillonario, ni militar, ni actor, ni deportista, ni mucho menos político. Fue un hombre bueno, un ser humano con pureza que ha trascendido en el corazón y mente de pocos. Joseph Carey Merrick, conocido como "El hombre elefante", pues desde el año y medio de edad padeció una rara enfermedad que le deformó en parte el sistema óseo, muscular y piel. Para muchos, su figura grotesca lo llevó pronto a debutar como un monstruo, un mutante, un deforme en ferias, carnavales y teatros. Joseph, al principio fue el asombro médico del momento, pero su vida cambió al ser ayudado de manera filantrópica por una mujer de formación actriz de apellido Kendall, y por el doctor Frederick Treves, su tutor, su protector y quien le dio el seguimiento a su padecimiento. Agudas intervenciones quirúrgicas y dosis de fármacos diagnosticaban que padecía filariasis, comúnmente denominada elefantiasis, o bien, neurofibromatosis, también conocida como enfermedad del hombre elefante. Los médicos creían eso, pero análisis recientes señalan que fue una severa variación del Síndrome de Proteus.
Sin embargo, no se descarta que realmente se tratase de una nueva enfermedad, y de la cual Joseph tuviera el infortunio de haber sido el único caso registrado hasta ahora, así como en el historial clínico del Royal London Hospital. Desde joven fue confinado a la farándula de fenómenos, al maltrato y a la burla, asimismo, prisionero de quienes lo explotaban sostuvo una recia actitud hacia la existencia, a pesar de que lo tenían en las peores condiciones humanas continúo aferrado a su mundo. En sus últimos años de vida logró obtener serenidad física. A pesar de su mal, sobresalió por su perfil sano, pacífico y educado, así como por una inteligencia superior a la media, la cual quedó demostrada por su afición a la lectura, obras de Jane Austen. Era un coleccionista de noticias e información, pues recortaba y recolectaba a su criterio los diarios de ese momento. Siendo contemporáneo de Jack “El destripador”, Joseph murió opacando la tiranía, la belicosidad y lo maligno de esa ciudad en la época victoriana, pues dio luz espiritual a muchos hombres y mujeres con su legado, una serie de manuscritos que delataban su estado de ánimo. A través de reflexiones llegaba hasta lo más hondo del pensamiento, rebozando de alegría con su bello y gentil trato hacia el prójimo. Fue un hombre dulce que pese a su malformación, brindó la justa medida de convivir y superar cualquier dolor.
Y en memoria de ese personaje, escribo esta reflexión. Puedo sentir que sigo enamorado de la idea que tiene rostro, carne, sangre, huesos y alma. El espejo del corazón yace en quienes pueden ver con fe su propia paz sin entender el Universo, eso, es una dicha. Cenizas de emociones que nos perturbaban desde la niñez ajena a nuestros antepasados, muy nuestras, y algunas que inherentes a los padres van directas a nuestro corazón, se convierte y madura en suciedad, desperdicio de sentimientos que fueron humillados y despojados por la percepción de la soledad y el olvido, la negligencia o la desigualdad. El residuo de un trauma nos transfigura en la locura que se vuelve una repetición de nosotros mismos, la idiosincrasia nos revela tal cual, una justa porción de basura humana erigida por nuestra inmadurez, un corazón sucio, un corazón enfermo, un corazón violento, un corazón triste, un corazón perturbado. Pero ya siendo lo que deseamos o merecemos nos convertimos en la pieza ideal de la creación. El desvalido cobijado ante su religión, el desamparado o el desaparecido ante el milagro de Dios, para que el aliento de vida haga palpitar el núcleo que se encuentra en nuestra caja torácica. Por ello, como seres humanos, merecemos y necesitamos buscar dentro de la mente lo que el corazón nos hace sentir, y emocionar a todos de lo que es capaz hacer por el bien de su alma.
Aprender de la libertad creativa es conducirnos con amor, si alguien intoxica tus palabras, tus movimientos y tu meditación, sigue aprendiendo del cosmos, tal y como lo hizo Joseph Carey Merrick el Hombre, absolutamente.
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