La Secretaría de Cultura del Gobierno de
México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través
del Museo Nacional de San Carlos, presentan la exposición “El beso de la
muerte. Representaciones mortuorias en el arte y la cultura visual del siglo
XIX”, la cual invita a reflexionar sobre los rituales, costumbres y actitudes
que la sociedad decimonónica adoptó para enfrentar el duelo.
En palabras del director del recinto,
Jorge Reynoso, se trata de “buscar nexos para encontrar las resonancias y las
simpatías que tenemos con otros periodos, particularmente con el siglo XIX”.
La exposición se sitúa en Ciudad de México
hacia 1875, la estación de ferrocarriles de Buenavista recién inaugurada es el
espacio en el que se revela una negociación simbólica entre la devoción
popular, el catolicismo, las culturas locales y el incipiente desarrollo
científico.
Así, en la muestra conviven la pintura con
la prensa, la gráfica y la fotografía, esta última de acceso mayoritario entre
las clases medias y altas para conservar la memoria familiar.
Cerca de 180 piezas provenientes de 30
colecciones públicas y privadas conforman la exposición, por lo que el público
podrá apreciar pinturas, esculturas, fotografías, figuras de cera, títeres,
botones, lápidas, utensilios médicos e indumentaria de duelo y guardapelos.
Reynoso invita a pensar en los altos
índices de mortandad de la época, enfermedades aún no diagnosticadas y la
ausencia de programas de vacunación. “(La muerte) era un tema que se tenía que
negociar de unas maneras aparentemente distintas, pero yo creo que podemos
encontrar resonancias con el México presente”, afirma.
La exposición ofrece una mirada estética,
antropológica y social, al establecer un puente entre la producción artística y
otras manifestaciones culturales. Es una oportunidad para comprender cómo el
arte puede ser testigo y vehículo de las emociones colectivas frente a lo
inevitable.
Una exposición que revela la intimidad
cultural con lo inevitable
En palabras de su curador, Luis Gómez, la
muestra “evoca un sentimiento que estremecía, pero al mismo tiempo seducía”. La
frase que da título a la exposición es recurrente en la literatura
decimonónica; condensa la dualidad de la muerte como algo que atemoriza y
atrae, lo que revela una sensibilidad estética y emocional arraigada en la
época.
Gómez afirmó que el recorrido se planeó de
forma cronológica, así, el primer núcleo es “La antesala de la muerte”, que
aborda la enfermedad como presagio. “Enfermar en el siglo XIX era prácticamente
una definición de muerte”, señaló el curador, al recordar un tiempo sin
antibióticos, aspirinas y en que no se creía en las vacunas, además, las
condiciones de higiene eran precarias.
La segunda parada es “Cara a cara con la
muerte”, inspirado en el concepto del memento
mori –recuerda que te vas a morir–. Reflexiona sobre la universalidad de la
muerte, sin distinción de clase, género o condición. “Todo el mundo va por el
mismo camino”, afirmó el curador, tras subrayar la conciencia colectiva de lo
inevitable.
El siguiente punto es “La muerte
retratada”, que exhibe imágenes que podrían parecer inquietantes, pero, en su
momento de creación fueron gestos de amor y memoria. “Tomar una fotografía era
quizá la única oportunidad de llevarte un recuerdo de un ser amado”, explicó
Gómez, tras destacar el valor simbólico de retratar a los difuntos.
Como cierre se encuentra el núcleo “Los
lugares de la memoria” que se inspira en el texto de Pierre Nora. Explora los
ritos y actitudes frente a la muerte del otro, fuera conocido o un ser querido.
Es una mirada íntima a cómo las comunidades vivían el duelo y construían
espacios simbólicos para recordar.
“El beso de la muerte. Representaciones
mortuorias en el arte y la cultura visual del siglo XIX” ofrece una experiencia
estética y una reflexión profunda sobre cómo las sociedades negocian
culturalmente con la muerte.
Como señala Gómez, “la exposición se
conforma de una manera muy ambiciosa”, propone un diálogo entre el pasado y el
presente que invita a mirar la muerte no como un final, sino como parte de una
historia compartida.
La exposición estará abierta al público
hasta el 29 de marzo de 2026 en el Museo Nacional de San Carlos (avenida México
Tenochtitlán 50, colonia Tabacalera, alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México).
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