La historia como arma política

Noé Ibañez Martínez

Durante siglos, la historia ha sido utilizada como arma (estrategia) política por ciertos grupos de poder para someter y dominar a una sociedad y descalificar a otros grupos antagónicos; por eso no tiene por qué sorprendernos que actualmente, tanto el Estado como la clase política dominante y sus dirigentes, utilicen el discurso histórico, por un lado, para legitimar, justificar y reivindicar sus acciones y privilegios; y por el otro, seguir buscando la unidad y mantener a la sociedad con la percepción de que el camino en la que los guían es la correcta.

Los recientes y muy importantes sucesos de violencia e inseguridad que ocurren en nuestro entorno, nos ponen a reflexionar si estas acciones, decisiones y discursos de la clase política dominante, realmente sacarán a la nación que la mantiene en vilo y en constante inestabilidad social, hacia un futuro que hasta ahora presenta un panorama de incertidumbre, temor y desconfianza.

Por ello, diversos grupos políticos, sociales, civiles y populares, utilizan el discurso histórico en interés y para exaltación de su propia patria o autonomía política, como lo han hecho a lo largo de los años los individuos y los pueblos que recurrían al pasado para exorcizar el paso del tiempo sobre las creaciones humanas y para recordar los sucesos que construyeron la identidad de la tribu, el pueblo o la nación.

Los primeros testimonios que los seres humanos dejaron a la posteridad son memorias del poder: genealogías de los gobernantes, monumentos que magnificaban reyes, o anales que consignaban la historia de la familia gobernante. Cumplían la doble tarea de legitimar el poder y de imponer a las generaciones venideras el culto ritualizado de esa memoria.

Pero, ¿cuál ha sido el discurso histórico oficial que ha permitido que el Estado mexicano mantenga a las masas con cierta estabilidad e incluso aceptación de las prácticas y políticas públicas que implementa?

Aunque es difícil aceptarlo, existe un consenso político y popular; gracias al discurso que se funda en la memoria histórica de la Revolución Mexicana. Las masas trabajadoras creen en ese Estado, lo sienten y lo han hecho suyo sin reservas cada vez que ese mismo Estado se ha declarado en peligro y apela al consenso de las masas populares, y a decir verdad, sin ofrecer mucho a cambio. En otras palabras, el éxito del Estado mexicano radica en el hecho de rechazar toda identidad que no fuera la surgida de la revolución popular y de sus personajes, manteniéndola viva y activa para el pueblo trabajador.

Actualmente, discursos históricos y reivindicaciones sociales como el cardenismo, las luchas sindicales, el 68, los movimientos sociales y guerrilleros, la pluralidad política, la lucha por la democracia, el neo-zapatismo, etc., se convierten en armas políticas de los grupos antagónicos para sostener un movimiento que incomoda a los elementos ortodoxos de la historia oficial mexicana.

Los partidos políticos de oposición como el PRD, reivindica —por lo menos en la retórica— el componente pueblo, con lo que subrayó la acción revolucionaria, los aspectos comunitarios frente a los individualistas. Mientras que el PAN, ha sido cauto al no hacer suya la interpretación conservadora ortodoxa. Más bien a él le ha convenido el otro componente del ideologema: la libertad. Sin embargo, la profunda escisión que divide a los grupos y su incapacidad para imponer sus programas al conjunto de la sociedad mantienen a la nación en vilo, suspendida en la inestabilidad del presente y la incertidumbre del futuro.

Es urgente, en primer lugar, llegar a un cotejo de las interpretaciones partidistas de la historia de México, ya que a partir de ellas se podría esclarecer el proyecto nacional de cada uno de los partidos políticos. De no hacerlo, la sociedad civil se los debe reclamar.


En segundo lugar, como ciudadanos debemos buscar la explicación científica de la realidad histórica y no mantenernos en statu quo y aceptar la información que nos vierte el Estado, que busca la manipulación y ésta se convierte en el mayor obstáculo para la convivencia pacífica. En otras palabras, la clase dominante garantiza la permanencia de la opresión sobre los individuos, gracias a nuestra desmemoria o la falsa memoria.

hist23@gmail.com

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