La crisis del socialismo real


 Por Paula Jimena Soto Cruz

Estudiante de la UVM Campus Querétaro

Nada aporta construir un marco teórico autoalimentado. El error del materialismo histórico es que terminó siendo un idealismo ahistórico que dio por hecho un futuro que aún no había pasado. El socialismo no puede entenderse al margen de las realidades históricas que lo hicieron surgir, de los desarrollos tecnológicos, políticos, culturales en marcha ni de los actuales procesos que lo confrontan. Aún más, esas confrontaciones (que llegan incluso al golpe de Estado) tienen muchas probabilidades de ser las que determinen los contornos de los socialismos, en ausencia de modelos cerrados. Eso hace aún más urgente el esfuerzo teórico.

Cuando el joven Gramsci publicó “La revolución contra El capital” (apenas un mes después de la revolución de octubre de 1917) sentaba las bases para afirmar que las revoluciones, como procesos violentos que tumban las estructuras de un país, no esperan a los teóricos. Pero bien sabía también el que fue secretario general del Partido Comunista de Italia que la teoría era bien relevante para orientar la praxis posterior. En esa dirección, podemos afirmar que en los procesos de implosión del antiguo régimen, las explicaciones sobre las base de la voluntad de los actores son muy relevantes, mientras que en la fase de construcción del nuevo modelo, cuando los cambios permiten empezar a hablar de transformaciones reales, las variables explicativas y orientadoras de estos momentos son las variables estructurales, las condiciones materiales, el grado de desarrollo, el nivel de la consciencia de lo colectivo, entre otros aspectos profundos y que reclaman procesos lentos.

Es cierto que las transformaciones profundas pueden darse en países donde no hay madurez del capitalismo ni del Estado ni de la modernidad (dejemos como hipótesis que es precisamente en esa debilidad en donde están las explicaciones de por qué surge ahí el cambio brusco). Se trata de una reedición de la teoría del eslabón más débil. Ahora bien, igualmente sabemos que si los marcos teóricos marxistas (especialmente los del siglo XIX) no explicaron las revoluciones en el siglo XX, hubieran sido de extrema utilidad para orientar la fase de consolidación. Sabemos que Lenin reelaboró ad hoc y de manera interesada el marxismo para adaptarlo a su análisis/deseo vanguardista de acelerar la revolución (historicismo estructuralista lo ha llamado Tomás Moulián [2001]). Esa renuncia a la teoría y la elaboración de análisis que reinterpreten la teoría para ajustarla al momento histórico preparó el camino a Stalin (por ejemplo, para justificar el socialismo en un solo país, la colectivización forzosa, el Gulag, la eliminación de los disidentes).

El socialismo del siglo XX ha brindado un mapa de navegación al socialismo del siglo XXI. Según esta bitácora, el socialismo del siglo pasado tuvo cuatro rasgos: eficiencia, heroísmo, atrocidad e ingenuidad. La eficiencia tiene que ver con su capacidad para incorporar una parte considerable de la humanidad a la modernidad (la Rusia feudal, la China imperial, zonas deprimidas de Centroeuropa, África o Asia). Su atrocidad, la que configura el libro negro del llamado con abuso ”socialismo realmente existente”, y que tiene que ver con el Gulag, los Muros, las purgas, los presos políticos, la falta de democracia representativa, la creación de enemigos del pueblo, la eliminación de la disidencia, etc. Valga recordar, sin embargo, que los más ortodoxos, como bien recuerda la historia de la Inquisición, siempre son los más exagerados en sus comportamientos.

Pero el socialismo del siglo XX también reclama recordar su heroísmo, callado con intención culposa, y que tiene como gesta para la humanidad el haber frenado al nazismo durante la Segunda Guerra Mundial (de los 50 millones de muertos de la contienda, 20 millones fueron ciudadanos soviéticos); igualmente el haber puesto con frecuencia los muertos, los presos, los torturados en las luchas contra las dictaduras y en las peleas por la democratización. Pero de lo que se habla menos es de la ingenuidad del socialismo durante el siglo pasado (ingenuidad entendida como una solución simple aunque bien intencionada a problemas complejos que no se solventan cambiando el análisis sobre la naturaleza humana). El socialismo del siglo XX fue ingenuo por cinco grandes razones:

1. Por creer que bastaba asaltar el aparato del Estado para, desde ahí, cambiar el régimen social. Esa ingenuidad está en el propio Marx pues, tan convencido estaba que después de derribado el capitalismo vendría un reino de armonía, que no se detuvo a desarrollar ni una teoría de la transición ni de la justicia ni del Estado a la altura de los retos que vendrían. Una vez alcanzado el poder en la estela de su pensamiento, todo fue improvisación, y de ahí que Lenin decidiera interpretar en cada momento el rumbo del proceso, mientras que otros marxistas le reprochaban las prisas y el no adecuarse a los ritmos marcados por Marx, convertido en oráculo.

2. Por creer que bastaba con la creación de un partido único, regido por el centralismo democrático (la información circula de abajo arriba y las órdenes de arriba abajo), para regular la sociedad y dar respuesta a sus evoluciones o aunar sus diferentes voluntades. Sólo pensándose que hay una sola verdad y que se está en posesión de la misma puede postularse la existencia de un partido único.

3. Por creer que nacionalizando los medios de producción y controlándolos desde el Estado se podrían satisfacer las necesidades sociales de manera más eficaz y abundante que en el capitalismo (en este caso, leyendo mal a Marx, el trovador más apasionado del desarrollo capitalista de las fuerzas productivas). Nacionalizar los medios de producción no significa socializarlos.

4. Por creer que lo que servía para Rusia podía trasladarse a otros países con trayectorias diferentes, historias diferentes, cosmovisiones diferentes (es la amargura de un Mariátegui alertando a los ortodoxos de la necesidad de un marxismo latinoamericano que no fuera ni calco, ni copia del soviético).

5. Por creer que un crecimiento ininterrumpido traería un reino de la abundancia que terminaría con todos los problemas humanos y sociales, ignorando la necesidad humana de trascendencia, el agotamiento del planeta y los problemas del productivismo heredado por la modernidad. En la misma dirección, por incorporar la idea del fin de la historia y no entender que el socialismo también es histórico y que, por tanto, cambia con las sociedades, debiendo estar abierto para incorporar nuevas necesidades (por ejemplo, la sensibilidad ecológica).

Si las tres grandes autopistas que nos traen a la actualidad son el desarrollo de los Estados nacionales, el pensamiento moderno y el desarrollo capitalista, en la superación de estos tres procesos está una parte sustancial de la construcción del socialismo. Nótese que el socialismo del siglo XX, muy al contrario, fue profundamente estatista (el Estado total que permite hablar de totalitarismo), fue capitalista en cuanto a la explotación y alienación de los trabajadores (todo lo relacionado con el capitalismo de Estado) y eminentemente moderno (lineal, productivista, machista, colonial, depredador de la naturaleza, basado en una idea simple de progreso, etc.). Superar estos tres caminos crea un programa aproximado para empezar a trazar las políticas del socialismo del siglo XXI.

Hay que recuperar la memoria. Sin memoria, todo se repite, por lo general como tragicomedia. De ahí que la reflexión teórica sobre el socialismo en el siglo XXI debe nutrirse de la lectura dialogada del pasado y de la construcción igualmente debatida de la realidad en curso. No son intelectuales astutos, sino el pueblo, el que ha mandado un nuevo telegrama a aquellos voceros del fin de la historia que, como sugiere Rigoberto Lanz, bien podrían haber escrito: Suspendido, nuevo aviso, intentos infructuosos y cambio sociedad.

Si se insiste en que el socialismo del siglo XXI no intercambia justicia por libertad, no está dirigido por vanguardias, no es estatista, ni capitalista, ni se queda detenido en la modernidad, si es ecologista y feminista, si renuncia al eurocentrismo, al colonialismo y al epistemicidio occidentalista, si apuesta por la igualdad de capacidades, si recupera la planificación, ahora de forma participativa, si refuerza los ámbitos del mundo de la vida (afectos, empatía, solidaridad y alegría), en definitiva, si cree en una renovación de la emancipación, ahí estaremos construyendo un camino ya recorrido.


Bibliografía: Dolores Ferrero Blanco. (2006). La crisis del socialismo real. Semenjanzas y diferencias entre las disidencias del bloque del Este. Universidad de Huelva: HAOL.

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